Tras su fracaso, Winnie fue a visitar a su amigo Conejo. Sabía que en su casa siempre había dos o tres tarros de miel y estaba seguro de que le invitaría a tomar un poquito. Metió la cabeza por la entrada de la madriguera de Conejo y preguntó si estaba en casa; a pesar de las negativas de Conejo que decía que se había marchado, Winnie entró, y por cortesía Conejo no tuvo más remedio que invitarle a tomar un poco de miel.
Pero como cuando de miel se trata el osito no se harta nunca, no pasó mucho tiempo antes de que acabara con todas las reservas que había en la madriguera.
El problema estuvo a la hora de marcharse. Había engordado tanto que quedó atascado en la entrada de la madriguera, con la mitad del cuerpo dentro y la otra mitad fuera. Conejo corrió en busca de Cristóbal para que les ayudara a salir.
Fue imposible desatascarlo, así es que Cristóbal Robin decidió que no había otro remedio que esperar a que adelgazara. Winnie permanecería allí hasta entonces, con la prohibición absoluta de tomar nada de alimento.
Los amigos acudían a visitarle y le entretenían con sus historias, pese a que Winnie tan sólo pensaba en que alguien le diera algo de comer; pero Cristóbal lo había prohibido y nadie se atrevía a desobedecer. Para que no pasara frío por las noches, Lechoncito le ató un pañuelo a la cabeza y se despidió hasta el día siguiente.
Los días pasaron. Conejo empujaba a Winnie de cuando en cuando para comprobar si había adelgazado lo suficiente y ya podia dejarle su entrada libre. Por fin llegó el momento de sacar al oso de su prisión. Llegó Cristóbal tocando el tambor al frente del cortejo de quienes intentarían la proeza: allí marchaban Cangu, Ro, Conejo, Topo, Búho y el burrito Igore.
Cristóbal agarró las manos de Winnie y empezó a tirar; de Cristóbal tiraba Cangu; de Cangu, Igore; de Igore, Lechoncito… Al fin, con un ¡Plop! Espectacular, Winnie salió disparado por los aires mientras sus amigos rodaban por el suelo.
Winnie fue a estrellarse contra la copa del roble… ¡Y se quedó atascado en el hueco del árbol! ¡Justo en la colmena repleta de miel! Mientras la comía a puñados pensaba que no le importaba engordar un poco más.
De A. A. Milne.