Una esclava fea y mala gozaba del amor de su amo. Con el dinero que éste le daba, la esclava se embellecía con brillantes adornos, rivalizando con su propia señora. Para agradecer a Afrodita que la hiciera bella, le hacía frecuentes sacrificios; pero la diosa se le apareció en sueños y dijo a la esclava:
– No me agradezcas el hacerte bella, si lo hago es porque estoy furiosa contra ese hombre a quien pareces hermosa.
No te ciegues por lo crees tu tesoro, no vaya a ser que sólo sea una carencia en tus vecinos.
Conoció una corneja un palomar que habitaban unos pichones muy bien alimentados, y queriendo disfrutar de tan buena comida blanqueó sus plumas y se unió a ellos.
Mientras la corneja estuvo en silencio, los pichones, creyéndola como uno de los suyos, la admitieron sin reclamo. Pero olvidándose de su actuación, en un descuido la corneja lanzó un grito. Entonces los pichones, que no le reconocieron su voz, la echaron de su nido.
Conducía Hermes un día por toda la tierra una carreta cargada de mentiras, engaños y malas artes, distribuyendo en cada país una pequeña cantidad de su cargamento.
Más al llegar al país de los malvados, los astutos y los aprovechados, la carreta, según dicen, se atascó de pronto, y los habitantes del país, como si se tratara de una carga preciosa, saquearon el contenido de la carreta, sin dejar a Hermes seguir a los otros pueblos.
Por eso los malvados, los astutos y los aprovechados son los mayores mentirosos de la tierra.
Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo:
– Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones.
Una alondra moñuda cayó en una trampa y se dijo suspirando:
– ¡Desgraciada alondra! A nadie has robado ni oro ni plata, ni cosa valiosa alguna; llevarse un insignificante granito de trigo ajeno será la causa de tu muerte.
Nunca te expongas a un gran peligro por un mezquino beneficio.
Viendo una estatua de Zeus, preguntó cuánto valía.
– Un dracma -le respondieron-.
Sonrió y volvió a preguntar:
La golondrina y el cuervo discutían acerca de su plumaje. El cuervo terminó la discusión alegando:
– Tus plumas serán muy bonitas en el verano, pero las mías me cobijan contra el invierno.
Lo que sólo sirve para presumir, no es valioso en realidad.
Las personas de poca importancia pueden pasar desapercibidas sin problema, pero las de mucha fama no se escapan del juicio de sus semejantes.
Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne. Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne mayor que el suyo.
Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar el trozo a su supuesto compadre.