Naturalmente, Alicia empezó por llamar a la puerta: pero no apareció nadie, y tuvo que abrirla ella misma.
Ahora, si miras el dibujo, verás exactamente lo mismo que vio Alicia al entrar.
La puerta conducía directamente a la cocina. La Duquesa estaba sentada en el centro de la habitación, cuidando al Bebé. El Bebé berreaba. La sopa hervía. La Cocinera estaba removiendo la sopa. El Gato –era un Gato de Cheshire– sonreía, como lo hacen siempre los gatos de Cheshire. Todas estas cosas estaban ocurriendo en el momento en que Alicia entró.
Todas las puertas estaban cerradas con llave, de manera que la pobre Alicia no podía salir de allí: y se puso muy triste.
Sin embargo, al cabo de un ratito encontró una mesa pequeña con tres patas (en el dibujo están dos de las patas y un poquito de la otra ¿la ves?), toda hecha de cristal; y sobre la mesa había una llavecita: Alicia dio la vuelta a la sala tratando de abrir con ella alguna de las puertas.
Ahora te voy a contar las aventuras de Alicia en la casa del Conejo Blanco.
Recuerdas que al Conejo Blanco se le cayeron los guantes y el abanico del susto que se llevó al oír la voz de Alicia que parecía venir del cielo. Bueno, comprenderás que no podía presentarse a visitar a la Duquesa sin guantes y sin abanico; de manera que al cabo de un rato volvió para buscarlos.
Para entonces ya se habían marchado el Dodo y las demás criaturas extrañas, y Alicia estaba deambulando solita por allí.