Lo mismo el pobre albañil que su esposa sufrían lo indecible por esa situación, no sólo por ellos mismos, sino principalmente por los hijos. Y el hombre se pasaba muchas horas en vela, discurriendo la forma de conseguir trabajo.
Una noche, cuando por fin había logrado conciliar el sueño, despertó sobresaltada al oír que alguien golpeaba con fuerza la puerta de la mísera casucha en la que vivía. Encendió una vela – la última que les quedaba en la casa – y corrió a abrir.
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Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol.
Estaba muy sola y un poco triste, porque nadie iba a visitarla.
Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.
La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no.
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– Atchú –fue lo primero que oyó Isabel cuando se despertó. Miró por todas partes y como en el cuarto sólo estaba su hermanito Emilio, Isabel creyó que era él el que había estornudado.
– Atchú –volvió a oír Isabel, pero ya no les puso más atención a los estornudos porque quería levantarse rápido para comenzar a jugar.
Los estornudos no eran de Emilio. Eran del ángel de la guarda de Isabel que, como había amanecido resfriado, no paraba de estornudar. El ángel de la guarda de Isabel buscó en su maletín de ángel algún remedio para resfriados. Encontró agua oxigenada, curitas y esparadrapo, pero nada de eso curaba estornudos.
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– ¿Qué hay?¿Qué te pasa?
– Pero es que no lo veis? Me persigue una Resta. Si me alcanza estoy perdido.
– Anda, perdido …
Dicho y hecho: la Resta ha atrapado al Diez y le salta encima repartiendo estocadas con su afiladísima espada. El pobre Diez pierde un dedo, y luego otro. Afortunadamente para él pasa un coche extranjero así de largo; la Resta se vuelve un momento para ver si conviene acortarlo y el buen Diez puede tomas las de Villadiego, desapareciendo por un portal. Pero ahora ya no es un Diez: sólo es un Ocho, y además le sangra la nariz.
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-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
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Cuando había caminado como tres cuadras, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, solamente ahí parada contemplando algunas palomas.
El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo.
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He hecho todo lo que puedo, todo lo que esta a mi alcance. Tome mi poder y esperanza y la transforme en fuerza y te la di. La fuerza que te di escapo y se esfumo, tu cuerpo no la retuvo. Es como si tu misma la hubieras rechazado. Brille y con mi luz tu cuerpo bañe. Con luz y esperanza te envolví, para devolverle la chispa a tu vida. Pero aunque brille y brille durante días, no restaure tu luz. Fue como si me hubieras ignorado todo ese tiempo y mi luz nunca te hubiera alcanzado.
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El joven, llamado Al, era un típico joven de la región, pelo oscuro, tez blanca, ojos café obscuro, estatura mediana, y como en toda historia entre el bien y el mal, existía, o existe, otro joven, quién despreciaba toda la belleza que lo rodeaba, cabe aclarar que Vic era bastante bien parecido, rubio, de ojos azules, con gran personalidad.
Vic era admirado por todas las chicas del reino, excepto por una, Dai.
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Los jóvenes príncipes de los reinos vecinos, hijos de los reyes a los que en años anteriores robara y usurpara tierras y tesoros, se mostraban dispuestos a pedirle cuentas de aquellas fechorías y por eso sus fronteras estaban constantemente amenazadas.
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