No hace tanto tiempo, en lugar no muy lejano del que estamos en la actualidad, estaba bien visto cazar dragones; se suponía que los dragones eran malos y por ese motivo había que matarlos, ya que algunos se comían las vacas y las ovejas e incendiaban las casas de los campesinos con su aliento de fuego.
Por ese motivo, llegaban muchos caballeros desde todos los confines de la tierra, con el objetivo de cazar a los dragones y encarcelarlos por sus fechorías. Estos caballeros querían conseguir fama y prestigio con la captura de un gran dragón con el riesgo de morir en el intento.
Había muchos caballeros valientes, pero el caballero Angelote no era de esos; su madre le había mandado a cazar un dragón para poder presumir de hijo ante sus vecinas.
Angelote era un caballero bastante escuchimizado y cobarde; imaginaros lo cobarde que era, que no se atrevía a abrir un yogur por miedo a que tuviera moho.
El caballero Angelote partió en busca de su dragón, al despedirse de su madre tenía puesta la armadura, y del miedo que tenía podía oírsele desde kilómetros a la redonda.
Cabalgó muchas lunas y muchos soles nuestro caballero Angelote, hasta que un buen día o un mal día, de momento no se sabe, encontró una cueva (que es el sitio donde suelen dormir los dragones). Olía fatal, pero Angelote no lo notaba porque tenía un resfriado por la lluvia de la noche anterior.
Entró sigilosamente pero temblando (si hubiese algún dragón, por sordo que estuviese, se tendría que haber despertado).
Oyó unos ronquidos, y dando la vuelta a una columna se encontró de sopetón ante el dragón Kauldrón (había un letrero en el que ponía “Dragón Kauldrón, no despertar”). Era un dragón inmenso, de color rojo intenso, con alas y pinta de tener malas pulgas (también rojas y con alas).
Angelote, al verlo, se desmayó del susto.
Cuando se despertó, Kauldrón también había despertado, por lo que el susto fue doble: se asustaron los dos. Angelote se envalentonó y esgrimió su espada ante Kauldrón, pero la espada pesaba mucho y apenas podía levantarla medio palmo del suelo; Kauldrón se puso en guardia y cogió aire para fulminar con su aliento Angelote; y lo fulminó pero de lo mal que olía.
Ante ese insoportable olor, lo único que pudo hacer Angelote es darle a Kauldrón unos caramelos de menta que le había dado su madre; Kauldrón se zampó todos, y en agradecimiento explicó a Angelote que todos los dragones no eran malos y que la gente no se acercaba a la cueva porque olía muy mal (muchos caballeros se habían desmayado antes de entrar).
Kauldrón ofreció a Angelote su cueva para que le
protegiese de otros caballeros, ya que ahora tenía un aliento mentolado, y los caballeros sin duda acudirían a cazarle.
Angelote accedió ya que no quería volver con su madre y con sus vecinas las “verduleras”.
Y fueron felices y comieron caramelos de menta y alguna vez de clorofila.
Categoría:Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles