En una bonita granja, donde había muchos animales; caballos, cerdos, vacas, gallinas…vivía Olga con su familia.
Vivir en una granja tiene muchas ventajas, pues están en contacto con la naturaleza, conoces a los animales, puedes correr y jugar en la hierba … pero también tiene algunos inconvenientes, pues hay que trabajar mucho, para dar de comer los animales, cuidarles, limpiarles…
En casa de Olga todos ayudan para que las cosas en la granja vayan bien. Cada uno realiza una tarea. Nuestra amiga Olga se encarga de recoger los huevos que ponen las gallinas. Cada mañana antes de ir al cole, Olga va al gallinero y recoge todos lo huevos y da de comer a las gallinitas.
Los huevos que se recogen se venden en el mercado. Parte del dinero que sacan con la venta de los huevos es para Olga y como ella es una niña muy buena y solidaria, con el dinero que le dan se dedica a compren juguetes y repartirlos entre los niños que no pueden comprárselos y además les invita a pasar un día en su bonita granja.
Gracias a Olga, su granja se ha hecho famosa y tiene muchos amigos que van a visitarla.
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Hacía una semana que la profesora de Daniel, había anunciado en clase que iban a irse de excursión al zoo.
Desde aquel día Daniel y sus amigos habían estado contando los días, pues la idea de pasar una jornada viendo animales les parecía algo estupendo.
Por fin había llegado el gran día. De camino al zoo todos los niños iban cantando canciones y pasándoselo genial.
Al llegar al zoo, un señor les estaba esperando, era el guía y se encargaría de enseñarles todo el zoo y de explicarles cosas sobre los animales.
El zoo era muy grande y había todo tipo de animales. Daniel y su amigos estaban entusiasmados, entre los animales que habían se encontraban, los fieros leones, los dormilones osos, los grandes elefantes, las altísimas jirafas, los simpáticos pingüinos, los amistosos delfines, los divertidos monos…Cada animal tenía algo de especial y todos están disfrutando del paseo.
De pronto sonó una voz de alarma, uno de los monos se había escapado de la jaula e iba corriendo y asustando a la gente por todo el zoo.
Los cuidadores del zoo intentaban cogerle pero no podían, entonces Daniel y sus compañeros, decidieron unirse a la captura y por fin le cogieron.
Los cuidadores se pusieron muy contentos y le dieron las gracias a Daniel y sus compañeros, como recompensa por su ayuda, el dueño del zoo les invito a bañarse en la piscina con los delfinas.
Todos los niños empezaron a gritar y reír de alegría y de esta forma pasaron la tarde, jugando y divirtiéndose con los delfines.
Para Daniel y sus compañeros este fue el mejor día de su vida.
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Coky, era un ratoncito, que vivía feliz en el campo, correteando por los prados y respirando aire puro. Cuando tenía hambre, se acercaba a la casa de Adelina, una señora muy simpática, a la que le gustaba mucho hacer queso, el plato favorito de Coky.
Adelina tenía un gato, para que cuidara que ningún ratón entrará en la casa, pero era tan perezoso y dormilón, que aunque veía al ratoncito, no se molestaba en levantarse para cogerlo, así que Coky, comía tranquilamente, sin prisas y después salía al campo a dormir la siesta, ¡no le faltaba de nada!.
Un día recibió un mensaje de un primo suyo que vivía en la ciudad, Craci, que así se llamaba, le invitaba a pasar unos días con él, le decía que la ciudad era estupenda que le iba a gustar mucho y que lo pasarían muy bien. Coky se alegro mucho, pues hacía mucho tiempo que no veía a su primo, así que ese mismo día se puso en camino.
Cuando llego a la ciudad, el ruido de los coches le asusto mucho, menos mal que allí esta Craci esperándole, al verse se abrazaron con mucho cariño.
» ¡Primo, que alegría estés aquí, lo vamos a pasar de miedo!» dijo Craci.
Coky seguía asustado, un coche estuvo a punto de atropellarlos, tuvieron que apartarse de un salto, ¡había tanta gente y tanto ruido!. Coky empezaba a arrepentirse de haber venido, » con lo tranquilo que estaba yo», pensaba Coky.
» Sígueme primo y no tengas miedo», dijo Craci
Por fin llegaron donde Craci vivía, el sótano de un gran hotel.
» Bueno Coky, ahora vamos a comer»
Subieron deprisa, por una hermosa escalera y llegaron a la cocina, allí había de todo, Coky no sabía por donde empezar, «como vive mi primo» pensó. Cundo se disponía a darse un buen banquete, apareció una señora muy gorda y con cara de pocos amigos dando palos, » ¡malditos ratones, como os coja…!, gritaba la señora.
» Corre, corre que cono nos coja…», dijo Craci
Y corriendo se volvieron al sótano. Coky no podía más, cansado y hambriento, le dijo a Craci: » Querido primo, te agradezco tu invitación, pero esto no es para mi, me vuelvo al campo».
» Pero si esto es muy emocionante, ¿no te gusta la aventura?», dijo Craci
» Lo siento primo, pero yo me voy», contesto Coky
» Esta bien, peso si cambias de opinión ya sabes donde estoy» le dijo Craci.
Los dos se abrazaron y Coky emprendió el camino de vuelta. Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltarán las lagrimas, pero eran lagrimas de alegría ¡ya estaba en casa!. Estaba tan contento que se puso a dar volteretas por el prado que estaba lleno de margaritas, todo estaba tan bonito y se respiraba un aire tan limpio y puro.
Coky pensó: » que paz y tranquilidad, decididamente este es mi sitio» y se puso a gritar: ¡SOY UN RATÓN DE CAMPO!.
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En una gran mansión, rodeada de un inmenso y hermoso jardín, vivía Carlos, un niño de 4 años.
Sus padres se pasaban el día viajando y cuando regresaban a casa, le traían a Carlos un montón de regalos.
En el mismo lugar, en una casita en el jardín vivía Luis con su familia. Su papá era jardinero y no tenían mucho dinero, con lo cual, Luis no contaba con la cantidad de juguetes que tenía Carlos. Sin embargo, la familia de Luis, le echaba mucha imaginación y construían juguetes con todo aquello que encontraban, cajas, plásticos…
Además con los juguetes que fabricaban se inventaban historias muy divertidas y tanto Luis como sus papas se lo pasaban muy bien.
Carlos, por el contrario, se aburría mucho, tenía muchos juguetes, sí, pero además de que sus juguetes lo hacían todo ellos, no tenía a nadie con quien compartirlos.
Como se aburría se ponía a mirar por al ventana. Uno de esos días en los que estaba triste y aburrido mirando por la ventana, vio a Luis jugando. Lo pensó un rato y se decidió a bajar al jardín.
Luis le vio y enseguida le pregunto: «¿Quieres jugar? »
Carlos encantado dijo rápidamente: » ¡ Claro que sí!.»
Aquel día fue estupendo, se lo pasaron jugando y riendo sin parar. Para Carlos, los juguetes de Luis eran estupendos.
Desde aquel día Carlos y Luis son muy amigos.
Los papas de Carlos cuando vieron lo que pasaba se dieron cuenta que el dinero no puede comprar todo y que muchas veces las cosas sencillas son las que más felices nos hacen.
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Eran las 9:00 de la noche y el papá de Raúl, decidió que ya era tarde y que había que irse a dormir.
Raúl, era un chico muy bueno, y sin decir nada, marchó a su habitación; al poco rato su padre fue a arroparle y se dieron un beso.
La luz de la habitación se apagó, pero Raúl no lograba dormirse
¡Al día siguiente iba a ser su cumpleaños!
Pasaron las horas y al final muerto de cansancio, se durmió y comenzó a soñar…
«Ya se había hecho de día, abrió los ojos y vio que a su lado, estaba Maria, su amiguita del colegio. los ojos de Raúl se iluminaron, se cogieron de la mano y fueron para la cocina, después de desayunar, se vistieron y salieron a la calle, hacía un día precioso y estuvieron todo el día riendo y jugando …»
De pronto sonó el despertador, ya había amanecido y esta vez de verdad, pensó Raúl. Pero lo mejor de todo es que cuando se dio la vuelta su amiguita Maria estaba allí, igual que en el sueño se dijo Raúl a si mismo. Lo que pasaba es que esto ya no era un sueño era la realidad.
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A las afueras del pueblo, un poco apartada del camino, había una choza muy destartalada, donde habitaba Teresa, una anciana un poco rara, de pelo banco y largo muy enmarañado, vestida de negro y que siempre estaba refunfuñando.
Vivía rodeada de gatos y siempre solitaria. No hablaba con nadie, la gente solo la veía cuando bajaba a la tienda del pueblo a comprar. Compraba siempre mucha harina y azúcar y todos se preguntaban que es lo que haría con ella.
Así que, por su forma de ser y comportarse todos empezaron a decir que era una bruja. Los chicos del pueblo cuando la veían gritaban: » ¡ Hay viene la bruja Teruja, la bruja Teruja!».
Pablo y Juan eran amigos y siempre estaban pensando como descubrir, que hacía Teresa y aunque tenían algo de miedo, un día se decidieron y con mucho cuidado llegaron hasta la choza de la anciana, de la choza salía mucho humo, pero olía muy bien. Pablo se subió en los hombros de Juan, para mirar por la ventana. La anciana estaba inclinada sobre el fuego y tenía las manos blancas, al oír un ruido, miro hacía la ventana y vio a los chicos, estos al ver que los habían descubierto echaron a correr.
En la carrera Pablo tropezó y cayo, Juan intento ayudarle para que se levantara pero no pudo, con lo que decidió que lo mejor sería correr hasta el pueblo y pedir ayuda, así que Juan se fue corriendo y Pablo quedo allí tirado en el suelo, gritando de dolor.
La anciana salió a la calle, fue hasta donde estaba el chico ( que estaba temblando de miedo) y le dijo: » No tengas miedo, no soy bruja, aunque vosotros me lo llaméis».
Con mucho cuidado la anciana le vendo el pie y con su ayuda le llevo hasta la choza. Al entrar en la choza Pablo se sorprendió mucho, lo que vio no era lo que esperaba, en la choza no había ni pócimas, ni lechuzas, ni bichos raros como él pensaba, lo que Pablo encontró fueron galletas, muchas galletas que olían de maravilla.
» Toma come, seguro que te gustan», dijo la anciana.
Y claro que le gustaban, si no llega a ser porque aparecieron sus padres (que al enterarse de lo sucedido fueron corriendo a buscarle) acaba con todas.
El chico se sentía muy avergonzado por como habían tratado a la anciana, le pidió perdón y prometió que nunca más la insultarían.
Los padres de Pablo, también probaron las galletas y les gustaron mucho. Animaron a la anciana a que bajará al pueblo a vivir para que no estuviera tan sola.
La anciana accedió y siguió haciendo pastas que se hicieron famosas, llegaban de todos los lugares para comprar las » PASTAS DE TÉ» que así las llaman desde entonces.
(más…)
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Hola Antolín
¿Cómo tu por aquí?
Si quieres ser feliz
cómprame este monopatín
( Antolín se hace el despistado y se pasa al otro lado)
No te vayas por favor
que estar aquí solo
me da pavor
Ya nadie viene a mi tienda
todos van donde Doña Imelda
una señora muy estirada
que te da de todo por nada
Yo quiera ser rico
yo quiero ser famoso
yo quiero ser grande
como un oso
( A Antolín le da pena y decide ir a la tienda)
No este triste, señor tendero
le regalo mi monedero
con el dinero que hay dentro
le compro el puesto
( El tendero se pone muy feliz y le da un beso en la nariz)
Antolín que bueno eres
me gustaría ser tu amigo
si tu quieres
Antolín y el tendero
se han hecho muy amigos
y se pasan juntos
el día entero.
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Habían comenzado las vacaciones y Carlos y Clara estaban terminado de hacer su maleta para irse a casa del abuelo.
Ellos no querían ir, porque pensaban que se iban a aburrir mucho allí solos, sin sus amigos, sin embargo sus papas les decían que seguro que iban a ser unas vacaciones estupendas.
Llegaron a casa del Abuelo y este les recibió con un fuerte abrazo y una gran sonrisa, dejaron la maleta en su habitación y salieron a dar una vuelta.
Por la calle se encontraban con muchos niños pero ninguno jugaba con ellos, con lo cual, decidieron volver a casa.
Cuando llegaron estaban muy tristes y aburridos, el Abuelo que les vio pensó que tenía que hacer algo para que se lo pasarán bien y entonces se acordó del viejo taburete que estaba escondido en el desván.
El Abuelo cogió de la mano a Carlos y Carla y los tres subieron al viejo desván.
A Carlos y Carla aquel sitio les daba un poco de miedo pero, como estaba allí el Abuelo pronto se les paso.
El Abuelo les enseño el Taburete y les invito a que se sentaran. Carlos y Carla se sentaron y sorpresa ! el Taburete era Mágico.
Cada vez que te sentaban en él, el Taburete te hacía viajar a un lugar distinto, lugares todos ellos mágicos y divertidos donde conocías a mucha gente.
Como os podéis imaginar Carlos, Carla y el Taburete Mágico hicieron que aquel verano fuera inolvidable.
Algún día os contaran las aventuras que corrieron y los lugares mágicos que vieron.
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Carlos y Carla pasaban el fin de semana en casa del abuelo. Y eso ya sabéis lo que significa, nuevas aventuras con el taburete mágico!
Al llegar a la casa, como siempre, lo primero que hicieron fue saludar al abuelo, después y a toda prisa subieron a ver el taburete.
Se sentaron encima de él y sorpresa! Aparecieron en un país fantástico, todo era de caramelo, las casas, los coches, los animales…
Carlos y Carla no podían creérselo, miles y miles de golosinas dispuestas a ser comidas. No sabían que comer, porque todo parecía tan rico…! De pronto vieron que el tejado de una casa estaba cubierto con un riquísimo chocolate. Sin pensárselo dos veces, se acercaron y comenzaron a comer.
Solo habían dado un mordisco, cuando el dueño de la casa ( que también era de chocolate) salió a pedirles, por favor, que no se comieran su casa, porque si lo hacían, él no tendría donde vivir.
A Carlos y a Carla aunque les apetecía mucho comérselo, sabían que el señor tenía razón.
El señor de la casa que se llamaba Chocolatín, viendo que eran unos buenos chicos les invito a entrar a su casa, y les ofreció todo tipo de dulces y golosinas. Chocolatín, Carlos y Carla se hicieron muy amigos.
Entonces Chocolatín, les contó que su país corría peligro porque había un malvado que se llamaba Tragón que se dedicaba a comer todo lo que tenía a su alcance. Carlos y Carla, viendo que el país de su amigo corría peligro, decidieron pensar un plan, para deshacerse de Tragón.
Con ayuda de Chocolatín y de sus vecinos crearon la chocolatina más bonita y más sabrosa del mundo, una chocolatina que solo con verla, tenías ganas de comerla. Sin embargo, la chocolatina tenía trampa, pues, por dentro tenía madera, con lo cual no podía comerse.
Chocolatín, Carlos y Carla, pusieron la chocolatina en medio de una plaza para que se pudiera ver bien y se escondieron a esperar. Al cabo de unos minutos apareció Tragón y claro nada más verla, se fue corriendo hacía ella. Pero cual fue su sorpresa, la chocolatina estaba muy dura y del fuerte mordisco que había dado se le habían caído todos los dientes.
Tragón se fue corriendo y diciendo que no volvería más a comer chocolatinas.
Gracias a la ayuda de Carlos y Carla el país de Chocolatín se había salvado.
Un nuevo día, había llegado, y nuestro amigo el Sol ya estaba listo para salir.
Desde bien temprano, ya estaba preparándose para que el día fuera » Un Gran Día «.
Sin darse cuenta llegó su hora y el cielo se vistió de luz y color.
Nuestro amigo el sol estaba muy contento, pues ninguna de esas nubes traviesas habían venido a tapar su resplandor hoy.
Desde el cielo, veía a los niños jugar y reír en el parque, la playa… y se sentía feliz porque sabía que en parte era gracias a él.
Observando a un grupo de niños, escuchó como contaban lo que iban a hacer cuando se hiciera de noche, el Sol escuchó muy atento como uno de esos niños decía: » Que ganas tengo de que se haga hoy de noche, porque son las fiestas de mi pueblo y esta noche van a celebrarlo, llenando el cielo de brillante cohetes, cohetes que son como estrellas…»
El Sol se puso muy triste y no quiso seguir escuchando. El también tenía ganas de ver esos cohetes, pero sabia que no podía ser.
Llegó la noche y el Sol se escondió. Esa noche estuvo muy triste pensando en lo bien que se lo estaría pasando todos viendo esos bonitos cohetes.
Tan triste estaba que estuvo varios días sin salir, se pasaba todo el día escondido.
Un día cansado de esa soledad decidió salir y se dio cuenta de que todos al verle estaban muy contentos y se notaba que le habían echado mucho de menos.
Entonces se sintió muy feliz y se dio cuenta de que, aunque no siempre podemos hacer lo que nos gusta debemos sentirnos felices de lo que somos e intentar que todos los demás también lo sean.
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