El consejero administrativo Craterov, delgado y seco como la flecha del Almirantazgo, avanzó algunos pasos y, dirigiéndose a Serlavis, le dijo:
-Excelencia: Constantemente alentados y conmovidos hasta el fondo del corazón por vuestra gran autoridad y paternal solicitud…
-Durante más de diez años-le sopló Zacoucine.
-Durante más de diez años… ¡Hum!… en este día memorable, nosotros, vuestros subordinados, ofrecemos a su excelencia, como prueba de respeto y de profunda gratitud, este álbum con nuestros retratos, haciendo votos porque vuestra noble vida se prolongue muchos años y que por largo tiempo aún, hasta la hora de la muerte, nos honréis con…
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– ¡ Has de saber que el murciélago me ocasiona problemas ! – dijo el águila -. ¡Cuando le beneficia dice que es un pájaro y se mezcla con ellos, alegando que como ellos, vuela ! ¡ Pero cuando su interés reside en librarse de mis leyes, dice que es un mamífero y, por lo tanto, una bestía de tu juridicción y vasallo de tu imperio !
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Esto era una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes.
Cada fraile tenía una misión diferente, así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario, es decir había un fraile para cada cosa y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración.
Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.
Se cuenta que había llegado a oídos del Señor Obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo.
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Cuando yo era pequeño, a mi clase venía una niña que era muy bonita. A mí me gustaba mucho. Y creo que yo a ella también, ya que un día cuando entré en clase, encima de la mesa me había dejado un avioncito de papel, al siguiente día, tenía dos, al otro, tres, hasta que llegó un día que tenía todo el pupitre lleno de avioncitos de papel. Y aunque era muy timido, ya no pude aguantarme más y le pregunté
– ¿Por qué me dejas tantos avioncitos de papel?.
Y ella me contestó:
– Porque tú eres mi cielo.
(más…)
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Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además se pasaba el tiempo golpeando.
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Érase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un pequeño favor y como eran muy pobres aceptó.
-¿Qué tengo que hacer? -preguntó.
-Sígueme – respondió el misterioso extranjero.
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Otra vez, prendió las cortinas del salón de música. Yo estaba ubicada en la grada junto al ventanal y sentí que las espaldas me ardían de repente. Inquieta busqué a Gustavo entre el grupo de chicos que cantaban al lado del piano. Lo sorprendí mirando fijamente en dirección a mí. Mas tarde , cuando le pregunté cómo era posible que nadie mas se diera cuenta, me contestó con una larga sonrisa.
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Padre e hijo disfrutaban mucho de estas carreras y el compartir sus conversaciones que tanto bien hacia a ambos, siempre tenían pláticas de lo más amenas y realmente existía una comunicación constante entre ellos.
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