Se hallaban dos jóvenes comprando carne en el mismo establecimiento. Viendo ocupado al carnicero en otro sitio, uno de los muchachos robó unos restos y los arrojó en el bolsillo del otro. Al volverse el carnicero y notar la falta de los trozos, acusó a los dos muchachos. Pero el que los había cogido juró que no los tenía, y el que los tenía juró que no los había cogido. Comprendiendo su argucia, les dijo el carnicero:
-Podéis escapar de mí por un falso juramento, pero no escaparéis ante los dioses.
Los falsos juramentos no dejan de serlo aunque se disfracen de verdad y tus remordimientos te seguirán.
Categoría:Cibercuentos, Fábulas sobre la Honestidad
Obligado por su dueño a bailar, un camello comentó:
— ¡Qué cosa! No sólo carezco de gracia andando, sino que bailando soy peor aún.
Usa siempre cada cosa para el propósito con el que fue creado.
Categoría:Cibercuentos, Fábulas sobre la Honestidad
Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo; pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo de lo mejor.
Un día el caballo le dijo:
— Si realmente quieres que me vea hermoso, no robes la cebada que es para mi alimento.
Ten cuidado de quien mucho te alabe, pues algo busca a cambio.
Vocabulario:
Palafrenero: Mozo o criado que cuida los caballos
Categoría:Cibercuentos, Fábulas sobre la Honestidad
Etiqueta ayuda, caballo, esopo, fabula, honestidad, infantil, juvenil, palafrenero, valores
Salieron a pescar al mar unos pescadores y después de largo rato sin coger nada, se sentaron en su barca, entregándose a la desesperación.
De pronto, un atún perseguido y que huía ruidosamente, saltó y cayó por error a su barca; lo tomaron entonces los pescadores y lo vendieron en la plaza de la ciudad.
Existen extraños momentos en que por circunstancias del azar, obtenemos lo que no se pudo con el arte.
Categoría:Cibercuentos, Fábulas sobre el Esfuerzo
Una víbora acostumbraba a beber agua de un manantial, y una culebra de agua que habitaba en él trataba de impedirlo, indignada porque la víbora, no contenta de reinar en su campo, también llegase a molestar su dominio.
A tanto llegó el enojo que convinieron en librar un combate: la que consiguiera la victoria entraría en posesión de todo. Fijaron el día, y las ranas, que no querían a la culebra, fueron donde la víbora, incitándola y prometiéndole que la ayudarían a su lado.
Empezó el combate, y las ranas, no pudiendo hacer otra cosa, sólo lanzaban gritos.
Ganó la víbora y llenó de reproches a las ranas, pues en vez de ayudarle en la lucha, no habían hecho más que dar gritos. Respondieron las ranas:
– Pero compañera, nuestra ayuda no está en nuestros brazos, sino en las voces.
En la lucha diaria tan importante es el estímulo como la acción.
Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar.
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires.
– Te daré –dijo– todas las riquezas del Mar Rojo.
– Entonces te enseñaré a volar –replicó el águila-.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
– Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?
Si fácilmente adquiriéramos todo lo que deseamos, fácilmente llegaríamos a la desgracia.
Cierto día una liebre se burlaba de las cortas patas y lentitud al caminar de una tortuga. Pero ésta, riéndose, le replicó:
– Puede que seas veloz como el viento, pero yo te ganaría en una competención.
Y la liebre, totalmente segura de que aquello era imposible, aceptó el reto, y propusieron a la zorra que señalara el camino y la meta.
LLegado el día de la carrera, arrancaron ambas al mismo tiempo. La tortuga nunca dejó de caminar y a su lento paso pero constante, avanzaba tranquila hacia la meta. En cambio, la liebre, que a ratos se echaba a descansar en el camino, se quedó dormida. Cuando despertó, y moviéndose lo más veloz que pudo, vio cómo la tortuga había llegado de primera al final y obtenido la victoria.
Con seguridad, constancia y paciencia, aunque a veces parezcamos lentos, obtendremos siempre el éxito.
Se asociaron una gaviota, un murciélago y un espino para dedicarse juntos al comercio. El murciélago buscó dinero, el espino unas telas, y la gaviota, una cantidad de cobre. Hecho lo cual aparejaron un barco. Pero surgió una tremenda borrasca hundiéndose la barca y perdiéndose la carga; sólo salvaron sus vidas.
Por eso desde entonces la gaviota revolotea siempre al acecho en las orillas para ver si el mar arroja en alguna playa su cobre; el murciélago, huyendo de sus acreedores, sólo sale de noche para alimentarse; y el espino, en fin, apresa la ropa de los viajeros tratando de reconocer sus telas.
Siempre volvemos a lo que es de nuestro verdadero interés.
Vocabulario:
Espino: arbusto rosáceo de flores blancas. Acecho: cuidado, vigilancia. Acreedores: aquel a quien se debe dinero u otra cosa.
Categoría:Cibercuentos, Fábulas sobre el Esfuerzo
Modeló Zeus al hombre y a la mujer y encargó a Hermes que los bajara a la Tierra para enseñarles dónde tenían que cavar el suelo a fin de procurarse alimentos.
Cumplió Hermes el encargo; la Tierra, al principio, se resistió; pero Hermes insistió, diciendo que era una orden de Zeus.
– Está bien, dijo la Tierra-; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo pagarán con sus lágrimas y lamentos!
No hay frutos ni recompensa si no hay sacrificio y esfuerzo.
Conducía un boyero una carreta hacia una aldea, y la carreta se despeñó a un barranco profundo.
El boyero, en lugar de ayudar a los bueyes a salir de aquel trance, se quedó allí cruzado de brazos, invocando entre todos los dioses a Hércules, que era el de su mayor devoción. Llegó entonces Hércules y le dijo:
– ¡Toma una rueda, hostiga a los bueyes y no invoques a los dioses si no hay esfuerzo de tu parte!
– Si no lo haces así, nos invocarás en vano.
La oración debe acompañarse siempre previamente de la acción.
Vocabulario:
Hostiga (de hostigar): dar latigazos. Invoques (de invocar): llamar a uno en su auxilio. Boyero: el que guarda los bueyes o los conduce.