Acompañaba un lobo a un rebaño de ovejas pero sin hacerles daño. Al principio el pastor lo observaba y tenía cuidado de él como un enemigo. Pero como el lobo le seguía y en ningún momento intentó robo alguno, llegó a pensar el pastor que más bien tenía un guardián de aliado.
Cierto día, teniendo el pastor necesidad de ir al pueblo, dejó sus ovejas confiadamente junto al lobo y se marchó.
El lobo, al ver llegado el momento oportuno, se lanzó sobre el rebaño y devoró casi todo.
Cuando regresó el pastor y vio todo lo sucedido exclamó:
— Bien merecido lo tengo; porque ¿De dónde saqué confiar las ovejas a un lobo?
Nunca dejes tus valores al alcance de los codiciosos, no importa su inocente apariencia.
Miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo. Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber. Y le respondió el cordero:
— Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba.
Viéndose el lobo burlado, insistió:
— El año pasado injuriaste a mis padres.
— ¡Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo! —
contestó el cordero.
Dijo entonces el lobo:
— Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena.
Para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo. No te acerques nunca donde los malvados.
Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso:
— ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!
A todo malvado, aunque parezca actuar como bueno, no debe de creérsele
Un lobo que había sido mordido por unos perros, yacía en el suelo todo malherido. Viendo la imposibilidad de procurarse comida en esa situación, pidió a una oveja que pasaba por allí que le llevara un poco de agua del cercano río.
— Si me traes agua para beber — le dijo –, yo mismo me encargaré de mi comida.
— Si te llevo agua para beber — respondió la oveja –, yo misma asistiré a tu cena.
Prevé siempre el verdadero fondo de las aparentemente inocentes propuestas de los malhechores.
Pensando el león como capturar un toro muy corpulento, decidió utilizar la astucia. Le dijo al toro que había sacrificado un carnero y que lo invitaba a compartirlo. Su plan era atacarlo cuando se hubiera echado junto a la mesa.
Llegó al sitio el toro, pero viendo sólo grandes fuentes y asadores, y ni asomo de carnero, se largó sin decir una palabra.
Le reclamó el león que por qué se marchaba así, pues nada le había hecho.
— Sí que hay motivo — respondió el toro –, pues todos los preparativos que has hecho no son para el cuerpo de un carnero, sino para el de un toro.
Observa y analiza siempre con cuidado tu alrededor, y así estarás mejor protegido de los peligros.
Estaba un león muy furioso, rugiendo y gritando sin ninguna razón.
Lo vio un ciervo a prudente distancia y exclamó:
— Desdichados de nosotros, los demás animales del bosque, si cuando el león estaba sosegado nos era tan insoportable, ¿de que no será capaz estando en la forma que está ahora?
Cuidémonos de no dar nunca poder a los irascibles y dañinos, pues si ya sin motivo nos dañan, más lo harán si por cualquier causa se sienten inconformes.
Un pastor que apacentaba varios terneros, perdió uno. Lo buscó, recorriendo los alrededores sin encontrarlo. Entonces prometió a Zeus sacrificarle un cabrito si descubría quien se lo había robado.
Entró de inmediato al bosque y vio a un león comiéndose al ternero. Levantó aterrado las manos al cielo gritando:
— ¡Oh grandioso Zeus, antes te prometí inmolarte un cabrito si encontraba al ladrón; pero ahora te prometo sacrificar un toro si consigo no caer en las garras del ladrón!
Cuando busques una solución, ten presente que al encontrarla, ésta a su vez puede convertirse en el siguiente problema.
Vocabulario:
Apacentaba: Cuando las cabras o vacas están por el campo comiendo hierba.
Se juntaron el león y el asno para cazar animales salvajes. El león utilizaba su fuerza y el asno las coces de sus pies. Una vez que acumularon cierto número de piezas, el león las dividió en tres partes y le dijo al asno:
— La primera me pertenece por ser el rey; la segunda también es mía por ser tu socio, y sobre la tercera, mejor te vas largando si no quieres que te vaya como a las presas.
Para que no te pase las del asno, cuando te asocies, hazlo con socios de igual poder que tú, no con otros todopoderosos.
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratoncillo se puso a correr sobre su cuerpo.
Se despertó el león, y se movió en todas direcciones buscando a ver quien era el intruso que le molestaba.
Lo observaba una zorra, y le criticó por creer que tenía miedo de un simple ratoncillo, siendo él todo un señor león.
— No es miedo del ratoncillo — dijo el león–, sino que me sorprendió que hubiera un animal que tuviera el valor de pisotear el cuerpo de un león dormido.
Nunca dejes de cuidarte ni aún de las más pequeñas cosas, por ínfimas que sean.
Habiéndose enfermado el león, se tumbó en una cueva, diciéndole a la zorra, a la que estimaba mucho y con quien tenía muy buena amistad:
— Si quieres ayudarme a curarme y que siga vivo, seduce con tu astucia al ciervo y tráelo aquí, pues estoy antojado de sus carnes.
Salió la zorra a cumplir el cometido, y encontró al ciervo saltando feliz en la selva. Se le acercó saludándole amablemente y le dijo:
— Vengo a darte una excelente noticia. Como sabes, el león, nuestro rey, es mi vecino; pero resulta que ha enfermado y está muy grave. Me preguntaba qué animal podría sustituirlo como rey después de su muerte.
Y me comentaba: «el jabalí no, pues no es muy inteligente; el oso es muy torpe; la pantera muy temperamental; el tigre es un fanfarrón; creo que el ciervo es el más digno de reinar, pues es esbelto, de larga vida, y temido por las serpientes por sus cuernos.» Pero para qué te cuento más, está decidido que serás el rey.
¿Y que me darás por habértelo anunciado de primero? Contéstame, que tengo prisa y temo que me llame, pues yo soy su consejero. Pero si quieres oír a un experimentado, te aconsejo que me sigas y acompañes fielmente al león hasta su muerte.
Terminó de hablar la zorra, y el ciervo, lleno de vanidad con aquellas palabras, caminó decidido a la cueva sin sospechar lo que ocurriría.
Al verlo, el león se le abalanzó, pero sólo logró rasparle las orejas. El ciervo, asustado, huyó velozmente hacia el bosque.
La zorra se golpeaba sus patas al ver perdida su partida. Y el león lanzaba fuertes gritos, estimulado por su hambre y la pena. Suplicó a la zorra que lo intentara de nuevo. Y dijo la zorra:
— Es algo penoso y difícil, pero lo intentaré.
Salió de la cueva y siguió las huellas del ciervo hasta encontrarlo reponiendo sus fuerzas.
Viéndola el ciervo, encolerizado y listo para atacarla, le dijo:
¡Zorra miserable, no vengas a engañarme! ¡Si das un paso más, cuéntate como muerta! Busca a otros que no sepan de tí, háblales bonito y súbeles los humos prometiéndoles el trono, pero ya no más a mí.
Mas la astuta zorra le replicó:
— Pero señor ciervo, no seas tan flojo y cobarde. No desconfíes de nosotros que somos tus amigos. El león, al tomar tu oreja, sólo quería decirte en secreto sus consejos e instrucciones de cómo gobernar, y tú ni siquiera tienes paciencia para un simple arañazo de un viejo enfermo. Ahora está furioso contra tí y está pensando en hacer rey al intrépido lobo. ! ¡Pobre!, ¡todo lo que sufre por ser el amo! Ven conmigo, que nada tienes que temer, pero eso sí, sé humilde como un cordero. Te juro por toda esta selva que no debes temer nada del león. Y en cuanto a mí, sólo pretendo servirte.
Y engañado de nuevo, salió el ciervo hacia la cueva. No había más que entrado, cuando ya el león vio plenamente saciado su antojo, procurando no dejar ni recuerdo del ciervo. Sin embargo cayó el corazón al suelo, y lo tomó la zorra a escondidas, como pago a sus gestiones. Y el león buscando el faltante corazón preguntó a la zorra por él. Le contestó la zorra:
— Ese ciervo ingenuo no tenía corazón, ni lo busques. ¿Qué clase de corazón podría tener un ciervo que vino dos veces a la casa y a las garras del león?
Nunca permitas que el ansia de honores perturbe tu buen juicio, para que no seas atrapado por el peligro.