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Etiqueta: cuento

Cuando Bhuhb conocio a Lhahl
Un día Bhuhb estaba jugando en el bosque que es donde viven la mayoría de los gnomos.
De pronto escuchó a una chica que lloraba al lado del mar.
Entonces, Bhuhb se acercó a la chica y le preguntó que le pasaba.
La chica le dijo que ella tenía por amigo a un pescadito que vivía en el mar.
El pescadito se llamaba Gurugug.

Entonces, Bhuhb que era amigo de muchos pescaditos, le dijo que iba a tratar de buscarlo. Fue Bhuhb recorriendo toda la costa del mar Mediterráneo preguntándole a todos los pescaditos si conocían al pescadito amigo de Lhahl. Así fue que llegó hasta la punta de Europa que es donde se junta el Mediterráneo con el Océano Atlántico.

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Con una rana en el bolsillo
Aquel día el alcalde municipal nos visitó en nuestra comarca campesina para inaugurar la nueva escuelita rural de techo pajizo y suelo de tierra apisonada. En su discurso citó esta definición: «El niño es la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo desgreñado, la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo».

Pascualito aprendió la frase y la repitió mentalmente muchas veces. «La cara sucia». El siempre la tenía así. Y eso lo entendía muy bien. «El pelo desgreñado…». Pascualito se peinaba raras veces y sus mechones revueltos se lo hacían comprender… «Con una rana en el bolsillo…». ¿Dónde estaba la rana? Pascualito nunca había tenido una rana en el bolsillo. Sí, él era la verdad porque tenía la cara sucia… él era la sabiduría porque tenía el pelo desgreñado… pero no era la esperanza porque le faltaba la rana… ¿y la rana?

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Como crecio Alicia
Casi, después que Alicia había caído al fondo de la madriguera, corrió un trecho larguísimo bajo tierra, y de repente se encontró en una gran sala rodeada de puertas.

Todas las puertas estaban cerradas con llave, de manera que la pobre Alicia no podía salir de allí: y se puso muy triste.

Sin embargo, al cabo de un ratito encontró una mesa pequeña con tres patas (en el dibujo están dos de las patas y un poquito de la otra ¿la ves?), toda hecha de cristal; y sobre la mesa había una llavecita: Alicia dio la vuelta a la sala tratando de abrir con ella alguna de las puertas.

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Clemencia y José
Hace mucho tiempo vivía en un pueblo un matrimonio que tenía una hija llamada Clemencia. La madre, que era una bruja, no quería a Clemencia porque decía que era muy tonta y que siempre se mantenía en la iglesia.

Un día, las cosechas del padre de Clemencia fueron tan abundantes, que se vió obligado a ocupar un muchacho para que le ayudara en el campo. Este joven se llamaba José. No pasó mucho tiempo sin que Clemencia y José se enamoraran y quisieran casarse luego. Al pedir el consentimiento de los padres de la joven, el viejo no puso ningún obstáculo para que se celebrara la boda, pero la bruja se negó rotundamente a dar su permiso.

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Cuento de Celeste y su jardín de ensueño

El abuelo Tomás, un señor de larga barba blanca y de carácter muy tierno, vivía desde hacía mucho tiempo alejado de la ciudad. Vivía en una casita de madera que el mismo construyó. No era muy grande, pero si muy confortable. Tenía un tejado suavemente inclinado que pintó de color rojo, pequeñas ventanas con graciosas cortinas y una acogedora buhardilla donde instaló un mullido colchón de lana y unas sábanas tan blancas que recordaban la nieve; todo ello dispuesto para la llegada de su única nieta a la que esperaba con ansiedad.

Era la primera vez que los padres de Celeste la dejaban pasar unas pequeñas vacaciones con su abuelo, y ella al igual que él estaban muy, pero que muy nerviosos.

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El Secreto de Santa

En Nochebuena un niño miró fijamente a Santa y le dijo: «Quiero saber tu secreto». Le susurro al oído: «¿Cómo lo haces, año tras año?

«Quiero saber cómo, mientras viajas dejando regalos aquí y allá, nunca se terminan. ¿Cómo es, querido Santa, que en tu saco de regalos hay suficiente para todas las niñas y niños del mundo? Siempre está lleno, nunca se vacía mientras vas de chimenea en chimenea, a casas grandes y pequeñas de país en país, visitándolos todos.

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Un regalo de ravioles
Cuando era niño perdí la «chaveta» por una bibliotecaria. Cada semana ella se encargaba de la hora de los cuentos en el jardín de la biblioteca de nuestro barrio. Nos leía maravillosos cuentos de aventura, fantasía y belleza. Yo nunca faltaba a estas sesiones. De hecho, con frecuencia llegaba con horas de anticipación para asegurarme una silla en la primera fila y no perderme una sola palabra.

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Un cuento navideño
«Freiz Navad…» Eso es lo que oí cuando abrí nuestra puerta trasera aquella mañana de Navidad.

Un muy joven David L. Eppele estaba deslumbrado por la luz navideña, el árbol y los regalos . Yo estaba justamente en las que probablemente serían las mejores navidades que un 7 añero posiblemente podría tener.

Sabes, había una caja completamente llena de Caramelos caseros de la Tía Ellen, dos cajas de Manzanas (esas que son buenas de Farmington), un cajón de naranjas con el sello oficial de la ciudad de Pasadena, y un saco de 50 libras de piñones para mascar mientras yo jugaba con mi TREN ELECTRICO nuevo.

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