De pronto escuchó a una chica que lloraba al lado del mar.
Entonces, Bhuhb se acercó a la chica y le preguntó que le pasaba.
La chica le dijo que ella tenía por amigo a un pescadito que vivía en el mar.
El pescadito se llamaba Gurugug.
Entonces, Bhuhb que era amigo de muchos pescaditos, le dijo que iba a tratar de buscarlo. Fue Bhuhb recorriendo toda la costa del mar Mediterráneo preguntándole a todos los pescaditos si conocían al pescadito amigo de Lhahl. Así fue que llegó hasta la punta de Europa que es donde se junta el Mediterráneo con el Océano Atlántico.
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Pascualito aprendió la frase y la repitió mentalmente muchas veces. «La cara sucia». El siempre la tenía así. Y eso lo entendía muy bien. «El pelo desgreñado…». Pascualito se peinaba raras veces y sus mechones revueltos se lo hacían comprender… «Con una rana en el bolsillo…». ¿Dónde estaba la rana? Pascualito nunca había tenido una rana en el bolsillo. Sí, él era la verdad porque tenía la cara sucia… él era la sabiduría porque tenía el pelo desgreñado… pero no era la esperanza porque le faltaba la rana… ¿y la rana?
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Todas las puertas estaban cerradas con llave, de manera que la pobre Alicia no podía salir de allí: y se puso muy triste.
Sin embargo, al cabo de un ratito encontró una mesa pequeña con tres patas (en el dibujo están dos de las patas y un poquito de la otra ¿la ves?), toda hecha de cristal; y sobre la mesa había una llavecita: Alicia dio la vuelta a la sala tratando de abrir con ella alguna de las puertas.
Un día, las cosechas del padre de Clemencia fueron tan abundantes, que se vió obligado a ocupar un muchacho para que le ayudara en el campo. Este joven se llamaba José. No pasó mucho tiempo sin que Clemencia y José se enamoraran y quisieran casarse luego. Al pedir el consentimiento de los padres de la joven, el viejo no puso ningún obstáculo para que se celebrara la boda, pero la bruja se negó rotundamente a dar su permiso.
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Entonces Chigüiro le dijo:
– Me voy lejos, a donde nadie me regañe.
Tomó sus cosas, las metió entre una bolsa, y se fue sin decir nada más.
Caminó, caminó y caminó hasta que llegó a la casa de Vaca.
– Hola, Vaca –le dijo.
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con una pollera de rosas silvestres.
Con manta de cielo, con trenzas de río,
con un primoroso sombrero florido.
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El abuelo Tomás, un señor de larga barba blanca y de carácter muy tierno, vivía desde hacía mucho tiempo alejado de la ciudad. Vivía en una casita de madera que el mismo construyó. No era muy grande, pero si muy confortable. Tenía un tejado suavemente inclinado que pintó de color rojo, pequeñas ventanas con graciosas cortinas y una acogedora buhardilla donde instaló un mullido colchón de lana y unas sábanas tan blancas que recordaban la nieve; todo ello dispuesto para la llegada de su única nieta a la que esperaba con ansiedad.
Era la primera vez que los padres de Celeste la dejaban pasar unas pequeñas vacaciones con su abuelo, y ella al igual que él estaban muy, pero que muy nerviosos.
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En Nochebuena un niño miró fijamente a Santa y le dijo: «Quiero saber tu secreto». Le susurro al oído: «¿Cómo lo haces, año tras año?
Un muy joven David L. Eppele estaba deslumbrado por la luz navideña, el árbol y los regalos . Yo estaba justamente en las que probablemente serían las mejores navidades que un 7 añero posiblemente podría tener.
Sabes, había una caja completamente llena de Caramelos caseros de la Tía Ellen, dos cajas de Manzanas (esas que son buenas de Farmington), un cajón de naranjas con el sello oficial de la ciudad de Pasadena, y un saco de 50 libras de piñones para mascar mientras yo jugaba con mi TREN ELECTRICO nuevo.