Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el, río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaban a éstas.
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Al día siguiente su patrón le dio una flauta y le envió con las ovejas para ver si el trabajo era apropiado para él. El muchacho no descansó en todo el día. Al contrario que otros chicos perezosos, llevó las ovejas de un lado a otro mientras tocaba la flauta.
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– Hola señor conejo. Y el conejo mirando hacia él le sacó la lengua y salió corriendo. Que maleducado , pensó la ardilla. De camino a su madriguera, se encontró con una cervatillo, que también quiso saludarle:
– Buenos días señor conejo; y de nuevo el conejo sacó su lengua al cervatillo y se fue corriendo. Así una y otra vez a todos los animales del bosque que se iba encontrando en su camino. Un dia todos los animales decidieron darle un buena lección, y se pusieron de acuerdo para que cuando alguno de ellos viera al conejo, no le saludara.
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Caía la noche y un gran manto de nieve, cubría el parque. Un parque ranquilo, donde el ruido dormía y sólo los murmullos de los animalitos e escuchaban en la oscuridad.
Ella recorría todos los días una gran distancia para ir a buscar sus animales por este camino pedregoso y muy angosto que la lleva a una planicie donde hay abundante pasto y agua, parece un gran oasis entre la costa y los cerros del sector.
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Al poco el estudiante tuvo noticia de que en el barco se encontraba un hombre sabio y fue a sentarse junto a él. El anciano sabio permanecía en silencio, así que el joven estudiante decidió sacar conversación:
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Al subir por la montaña se encontraba dos caminos que se dividían en una extraña forma de i griega, el camino de la derecha era una subida bastante fuerte y la vegetación era mucho más densa, el de la izquierda dominaba un valle de cerezos en flor.
Una parte del camino, el que subía, estaba alfombrado de toda clase de piedras. Cualquiera diría que estas piedras tenían vida propia, porque si uno afinaba muy bien el oído hasta podía oírlas hablar: