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Etiqueta: cuento

Cuento de los caballos que no querían amo
En una hacienda de caña había un caballo color melado, que a fuerza de trabajar y comer mal, mostraba las costillas y parecía que iba a desarmarse. Durante la semana cargaba caña y el domingo traía el mercado del pueblo. No conocía, pues, día de descanso. Por otra parte, las moscas no le dejaban punto de reposo, revoloteando alrededor de las mataduras que tenía en el lomo. ¿Comida? Apenas la poca yerba que encontraba en el potrero. Sintiéndose viejo y enfermo pensó que muy pronto lo matarían para aprovechar su piel. Había sido resignado, pero no hasta el punto de dejarse matar después de tanto sufrir. Resolvió huir de la hacienda en busca de mejores aires. Como lo pensó lo hizo. Al amanecer salió al camino y se dirigió al pueblo; no se le ocurrió irse al monte porque estaba seguro de que por allá irían a buscarlo, mientras que a ninguno se le ocurriría que estaba en la ciudad. Era malicioso el viejo caballo. Iba medroso porque creía encontrar enemigos en todas partes.

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Cuento de las cosas de casa
Érase una vez una niña que vivía con sus padres y su mascota. Un día al salir de casa, cerraron la puerta de la calle y la televisión empezó a hablarle a las estanterías del salón.

«Que aburrimiento, a mi me tienen todo el día encendida» – dijo la televisión.

«Pues tu no te quejes» -dijo la estantería- «a mi me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de encima».

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La comadreja y la familia armadillo
El papá armadillo era campesino y muy tímido; jamás había bajado al pueblo; pero, ¿para qué quería él recorrer mundo cuando tenía una cueva tan bonita debajo de las raíces de una ceiba, tapizada con musgo y tan espaciosa que a no ser por la falta de luz, se hubiera creído un palacio? La familia vivía holgada y doña Armadilla, en compañía de sus hijas Armadilla–Melada y Armadillita–Gris, había hermoseado la cueva con flores, festones y plumas recogidos en el monte. Todo era paz en aquella casita hasta el día en que al otro lado del árbol vino a vivir la Comadreja.

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Cuento de la Cenicienta

En cierta ocasión un hombre muy bueno tenía una hija muy linda se quedó viudo. Para cuidar mejor a su hija, que era muy pequeña, decidió casarse con otra mujer, que tenía dos hijas, caprichosas y muy maleducadas.

Pero un día, este hombre murió. Fue entonces cuando la madrastra y las dos hijas empezaron a tratar mal a la pequeña Cenicienta. Así la llamaban porque siempre estaba sucia de ceniza de tanto trabajar en la cocina.
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Cuento de la casita de las torrejas
Había una vez unos chacalincitos que quedaron huérfanos de padre y madre y sin nadie quien les dijera ni ¿qué hacen allí?

Era la pareja: la mujercita, la mayor y la que había quedado de cabeza de casa. Eran muy pobres y un día no les amaneció ni una burusca con qué encender el fuego. Entonces decidieron irse a rodar tierras. Atrancaron la puerta y agarraron montaña adentro. Allá al mucho andar, se sintieron cansados; entonces se subieron a un palo para pasar la noche y se acomodaron en una horqueta. Así que anocheció, vieron allá muy largo una lucecita. No se atrevieron a bajar por miedo que se los fuera a comer algún animal, pero se fijaron bien en la dirección en donde quedaba.

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El Conde Drácula, versión de Woody Allen
En algún lugar de Transilvania yace Drácula, el monstruo, durmiendo en su ataúd y guardando a que caiga la noche. Como el contacto con los rayos solares le causaría la muerte con toda seguridad, permanece en la oscuridad en su caja forrada de raso que lleva iniciales inscritas en plata. Luego, llega el momento de la oscuridad, y movido por instinto milagroso, el demonio emerge de la seguridad de su escondite y, asumiendo las formas espantosas de un murciélago o un lobo, recorre los alrededores y bebe la sangre de sus victimas. Por último, antes de que los rayos de su gran enemigo, el sol, anuncien el nuevo día, se apresura a regresar a la seguridad de su ataúd protector y se duerme mientras vuelve a comenzar el ciclo.

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El cofre de vidrio roto
Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

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El cofre
Al amanecer de un nuevo día, al salir por la lejana montaña el radiante sol mañanero, Manuel se desperezaba en su hamaca, para iniciar un nuevo día de labores, ya se olía el aroma del café que preparaba doña Matilde y el cantar del viejo gallo sé hacia más estridente, en el patio de la humilde casa que habitaban en las nacientes del río Bobo cercano al poblado de Potosí, donde se construía una represa y cientos de personas trabajaban de día y noche en su construcción.

¿Cuánto falta?, pregunto Doña Matilde

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El ciervo engreido
Èrase una vez un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para beber en un arroyuele, se contemplaba en el espejo de sus aguas. «¡Qué hermoso soy!», se decía, ¡No hay nadie en el bosque con unos cuernos tan bellos!» Como todos los ciervos, tenía las piernas largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría romperse una pierna antes de privarse de un solo vástago de su magnífica cornamenta. ¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba! Un día, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos, escuchó un disparo en la lejanía y ladrídos pe perros…! ¡Sus enemigos! Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de los ciervos, y dificilmente podría escapar de su persecución si habíanolfateado ya su olor. ¡Tenía que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas más bajas. Intentó soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar: «¡Que error cometí al pensar que mis cuernos eran lo más hermoso de mi fisico, cuando en realidad lo más preciado era mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó»

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