La noche anterior a Navidad, Mr. Trodat se acostó muy temprano. Cenó un poco de pan con ajo y se fue a la cama. Mientras dormía, alguien picó a la puerta de su habitación. -¿Quién recórcholis es? ¿Quién ha osado a entrar en mi casa sin mi permiso? ¿Es usted, Mrs. Antino?- Pero nadie contestó. Muy enfadado, sin un ápice de miedo en su retorcido rostro, cogió un trozo de leña y, poniéndose las zapatillas, se acercó a la puerta. Abrió súbitamente, -¡Maldito ladrón, te… !- pero no vio a nadie. – ¿Qué clase de broma es esta?-. Y gruñendo de nuevo, volvió a cerrarla.
Al cabo de un tiempo que no supo medir, Mr. Trodat, suponiéndose muerto sobre su cama, fue deslumbrado por una luz cegadora, y a lo lejos, creyó oír unos angelicales cánticos. – ¡No puede ser, estoy en el cielo!- Pensó, pero no fue capaz de abrir los ojos, no hasta que escuchó unos fuertes golpes y una voz femenina. -¡Mr. Trodat! ¡Mr. Trodat! ¡Abra la puerta, soy Mrs. Antino!-. Entonces fue cuando abrió los ojos, y vio su cuarto, sus billetes encima de la mesita de noche y un rayo de luz entrando por la ventana.
– ¡Vamos, Mr. Trodat! ¡Hoy es Navidad! Le he traído un poco del pavo que he cocinado. ¡Vamos, no sea tan orgulloso y abra la puerta!- Y Mr. Trodat comprendió que la Muerte le había perdonado la vida. -¡Es maravilloso! ¡Estoy vivo! ¡Vivoooooo!- Así que dio un salto, se puso su batín, sus zapatillas, cogió unos cuantos billetes y bajó a saltos escaleras abajo hasta la puerta. Mrs. Antino ya se marchaba resignada con su pavo entre las manos y al oír los gritos del anciano, se volvió asustada, pensando que se había vuelto loco. -¡Mrs. Antino! ¡Vuelva aquí, por favor! ¡Es Navidad, Navidad, y estoy vivo! ¡Je,Je, vivoooooo!-
Y con sus gritos de euforia logró despertar a los que todavía dormían. A lo lejos se oyeron villancicos y había dejado de nevar, y habiéndole entregado cinco billetes a Mrs. Antino se fue corriendo hacia los chicos que cantaban, uniéndose a ellos y lanzando billetes a todos los pobres que acudían a su encuentro. -¡Se ha vuelto loco!- Decía la gente, y Mrs. Andino, llorando de emoción, dijo: – Dejadle que disfrute de su locura. Mr. Trodat sabe que ésta va a ser su última Navidad-. Y lo vieron regresar a su casa con un reguero de niños a sus espaldas, cantando y riendo, feliz por poder disfrutar de su última Navidad.
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