Heeeladerooooooooo…
Lo vio aparecer en su tricicleta con techo para el sol, el niño no podía creer sus ojos. ¡Qué pena que no tengo ninguna monedita! … dijo. Al terminar de decirlo, sintió en el bolsillo de su pantalón cómo iban cayendo dentro unas moneditas. ¡Qué alegre se puso!
Señor, señor … llamó al heladero, quiero un helado de chocolate y limón, por favor, le pidió muy atolondradamente. Bueno, bueno, calma que no voy a desaparecer, aquí tienes, son cinco moneditas … le dijo el heladero. Puso una al lado de la otra las cinco moneditas, diciéndole gracias se fue muy contento hacia donde estaba el gato.
Comió su helado al lado del minino, hasta que la campana de la iglesia le avisó que era hora de ir a su casa, le dio una última caricia y un besito al gato antes de correr hacia su casa.
Enseguida apareció otro niño, con las manos en los bolsillos y refunfuñando al caminar. Al ver al gato se lo quedó mirando, pero alguna cosa mágica hizo que se agachara a acariciarle la espalda. Cuando empezó a sentir el ronroneo del gato pensó en voz alta:
¡Todo me sale mal!, estoy harto de hacer los deberes y que me quedan todos borroneados, las sumás no me salen nunca, me quedo dormido con el libro de lecturas, y la señorita esta siempre enojada conmigo. ¡Ufa!
Al gatito se le empezaron a endurecer los bigotes y el niño poco a poco comenzaron a llegarle canciones de cuentas:
2 + 2 = 4
4 + 2 = 6
6 + 2 = 8
8 + 8 = 16
Miró al gatito, que ya casi tenía normal los bigotes, y le dio un besito, y se fue a su casa, a terminar de hacer los deberes, cantando sumás en un trote alegre y feliz.
Poco le duró esta satisfacción al gatito, porque venía otro niño con mucho mal humor, pateando una lata hasta que sin darse cuenta la lata terminó cayendo en el rabo del gato, y éste dio un terrible MIAAAAAU…
El niño se asustó, y pasó de espaldas pegado al cerco, tratando de no acercarse al gato. El gato miró derechito a los ojos del niño, y de una manera muy gatuna le dijo que no era un gato malo, solo que esa era la única manera que podía decir ¡Ay! y que le hicieran caso. El niño se fue agachando poco a poco, estiró su mano en dirección al gato, el gatito vino a olerle las puntas de los dedos y cuando acabara de hacerlo, le hizo una caricia entre las orejas. Después hasta la espalda y muy suavecito le acarició el rabo como para componer el latazo que le había dado. El gato se había sentado muy recto con las manitos muy juntas y perfectamente simétricas. El ronroneo era más fuerte todavía porque ahora tenía que devolver el buen humor al chiquitín. Los bigotes fueron muy despacio haciéndose mágicos, tan despacio que nadie se dio cuenta.
Lo primero fue un gran suspiro, y después todo tenía otro COLOR, las cosas parecían más lindas y los árboles más verdes, el niño sonreía ahora. Un poco más allí vio el monopatín de su amigo, decidió que mejor lo llevaba y de paso traería a su amigo para mostrarle al gato.
El gato estaba ya algo cansado de tanta magia, y con la cantidad de niños que habían en ese barrio no pararía ni en una semana, así que ¡hop! trepó al árbol más cercano y se puso a descansar.
Como a la hora de aquéllo, llegaron todos los amiguitos del gato, más el dueño del monopatín, cada cual se puso a contar su historia del gato, y todos estaban encantados, el del helado estaba feliz, el de los deberes pudo hacerlos todos sin problemas, y el del mal humor estaba chistoso y alegre, pero, claro ¿dónde estaba el gato? se preguntaron todos. El dueño del monopatín miró hacia arriba y allí lo descubrió, al gato de los bigotes mágicos.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles