Un día, al lobo le dio antojo de estofado de pollo. Pasó el día en el bosque buscando un pollo apetitoso y finalmente vio una gallina. «¡ Ah ! es justo lo que necesito». El lobo acechó a su presa hasta que la tuvo cerca, pero cuando ya la iba a agarrar … se le ocurrió otra idea.
Primero hizo cien deliciosos panqueques, y por la noche los dejó en la puerta de la casa de la gallina. – Come bien, gallinita querida. ¡ ponte gorda y sabrosa para mi estofado !
La noche siguiente, le llevó a la gallina cien apetitosas rosquillas.
– Come bien, gallinita mía. ¡ ponte gorda y sabrosa para mi estofado !, le dijo.
Al día siguiente le llevó un apetitoso pastel, que pesaba más de cien kilos, y relamiéndose le dijo:
– Come bien, gallinita linda. ¡ ponte gorda y sabrosa para mi estofado !
– Por fin llegó la noche que el lobo había estado esperando. Puso una enorme olla al fuego y salió alegremente a buscar su comida. «Esa gallinita debe estar tan gorda como un balón», pensó. «Voy a verla».
Pero apenas se asomó a espiar por el ojo de la cerradura … la puerta se abrió y la gallina cacareó:
– ¡ Ah ! ¡ Así que era usted, señor lobo !
– ¡ Niños, niños !, los panqueques, las rosquillas y ese exquisito pastel no eran un regalo del Niño Dios. Los trajo el Tío Lobo.
Los pollitos agradecidos saltaron sobre el lobo y le dieron cientos de besitos.
– ¡ Gracias, gracias, Tío Lobo ! ¡ Eres el mejor cocinero del mundo !
El Tío Lobo no comió estofado esa noche, pero Mamá Gallina le preparó una cena deliciosa. «No he comido estofado de pollo, pero he hecho felices a los pequeñuelos», pensó mientras volvía a casa. «Tal vez mañana les prepare cien apetitosas galleticas».
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles