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El Cirro que sólo sabía soñar

Allá en lo alto, pero bien alto; en el techo del mundo, se encontraba el viento hilando grandes cantidades de nubes, las había de todas formas y tamaños y cada una estaba destinada a hacer una tarea en específico, la niebla debía sobrevolar a ras del suelo para humedecer ligeramente las plantas, los cúmulos, que son nubes más esponjosas y blancas viajaban por todo el mundo, acompañando a los aviones, adornando las cimas de las montañas, luego seguían los cúmulonimbos, que eran muy vanidosas porque podían crear rayos y truenos que cimbraban la tierra y también proveían de lluvia el mundo entero manteniendo así la vida.
Sin embargo, el viento ya llevaba tantas horas sentado hila que hila que comenzó a quedarse dormido y así nació un trocito; bueno , mejor dicho un jirón de nube que al despertar notó que no era como todas las demás nubes, ella no podía humedecer las plantas y era tan pero tan ligerita que comenzaba a volar alto y más alto que cualquier cima de montaña.

Con cuidado se acercó a sus hermanas nubes y les preguntó:
– ¿Y yo qué soy?-pero su vocecita era igual de suave que ella y nadie le hacía caso, así que abrazándose a sus hermanas cúmulonimbos gritó con todas sus fuerzas una vez más ¿¡Y yo qué soy!?
– Tú-respondió echando rayos y truenos una de ellas-¡eres nada! Ni a nube llegas.
– ¡Pero yo tengo que ser una nube!-gritó angustiada la nubecita- a mí también me ha hecho nuestro padre el viento, debo ser una nube.
– Si eres una nube, entonces deberías poder hacer nevar, o llover, sacar relámpagos o ya de perdida debías poder dar siquiera un poco de sombra, dime ¿puedes hacer algo de eso?
La nubecita se concentró con todas sus fuerzas deseando poder llover, mas al escuchar la estrepitosa risa de sus hermanas abrió los ojos y se dio cuenta de que en vez de llover lo único que había logrado era flotar tan pero tan alto que por poco y se sale del planeta.
-¿lo ves?-gruñeron sus hermanas-no eres más que un remedo de nube- y mientras se alejaban con sus burlas la nubecita se quedó en el techo del mundo solita, desconsolada y triste- .
Entonces el viento que acababa de despertar le preguntó: ¿Por qué estás triste hijita?
– Porque no soy nada.
– ¿Cómo que no eres nada? ¿Quién ha dicho semejante tontería?
– Mis hermanas nubes.
– ¡Ah! Pero ellas se equivocan, tú eres una nueva clase de nube
– ¿De verdad?
– ¡Pero claro!
– ¿Y cómo me llamo?
– Tú te llamas Cirro.
– ¿Cirro? Suena bonito … y… ¿qué hace un Cirro?
– Un Cirro … -decía el viento acariciando suavemente a la nubecita- ¡un Cirro como tú puede hacer cualquier cosa!
– ¿Cualquier cosa?- pensaba el Cirro- pero ¡yo quise llover y no pude!
– ¿Llover?-preguntó incrédulo el viento- llover es bueno, pero es algo ordinario ¿no crees? Casi todas las nubes llueven ¿es eso lo que realmente quieres?
– Entonces, si no lluevo ¿qué hago?
– ¡LO QUE TÚ QUIERAS!
– ¿Y eso cómo se hace?
– ¡Ah! ¡Pues muy sencillo! ¡Busca!
– ¿Buscar qué?
– ¡Ah!-suspiraba tiernamente el viento- ¡Mi Cirro bonito! Busca un no sé qué que qué se yo que te haga feliz.
– ¿Un cómo de qué?
– ¡Vuela mi pequeño Cirro! ¡Vuela, busca, descubre!
– ¿Y si no sé cómo? ¿Y si no lo encuentro?
– ¡Lo harás! ¡vuela Cirro, vuela! ¡Que volando se llega a donde el destino espera!
Entonces, el viento con un gran beso impulsó a nuestro Cirro y así, aquel día comenzó su viaje .
– Uy sí-decía remilgosamente el Cirro- qué fácil, busca un no se qué que no se de a como ¿y eso cómo se hace? ¿Con qué se come? ¿Cómo se ve un no se qué? ¡Ay sí vuela, busca! … ¿buscar qué? ¡bah! ¡Yo creo que todo esto no es más que una chacota!
– ¿Qué es chacota?-decía un ave que escuchaba muy atentamente el monólogo del Cirro-
– ¿Y tú qué eres? preguntó sorprendido el Cirro-
– Yo soy una gaviota ¿tú eres una nube?
– Sí.
– No eres como las demás nubes.
– Lo sé.
– ¡Eres muy bonita!
– ¿Bonita?
– ¡Claro! Las otras nubes son inmensas y no me dejan ver a donde voy, además a veces, cuando vuelo muy cerca de ellas mis plumas les hacen cosquillas y se ríen tan pero tan fuerte que empiezan a lloverme encima y hasta rayos dejan caer ¡eso me asusta! En cambio tú como eres chiquita no me estorbas ni me asustas ¿qué clase de nube eres?
– Soy un Cirro.
– ¡Oh! Pues mucho gusto Cirro… ¿qué es chacota?
– ¿Chacota?
– Lo decías hace un momento.
– ¡Ah! Chacota es… una burla
– ¿Burla de qué?
– Una burla buscar.
– ¿Buscar qué?
– ¡Pues no sé! ¡Ése es el problema!
– ¡Újule Julita! Pues eso si está bien extraño, yo también busco ¿sabes?
– ¿Y qué buscas?
– ¡El mar! ¿Quieres venir? A lo mejor allí encuentras lo que buscas.
– ¡Bueno!
Volando por aquí y por allá dando vueltas a diestra y siniestra por fin el Cirro y la gaviota divisaron vasta cantidad de azul y cristalina agua, la brisa era salada, el sol brillaba en todo su esplendor y plateada arena se extendía como suave alfombra dándoles la bienvenida.
– ¡Es hermoso!-exclamaba el Cirro-
– ¡Sí!-respondía la gaviota- ahora no queda más que divertirnos, seguir los barcos, pescar, volar a la punta de los riscos, descansar en la playa, nadar ¡buscar aventuras!
Entonces algo fuera de lo común sucedió, el Cirro notó que su amiga gaviota estaba más que feliz, un brillo en sus negros ojitos hacía que todo resplandeciera aún más, respiraba más hondo y más rápido, su sonrisa se agigantaba con cada segundo; fue así que el Cirro comprendió lo que era un «no sé qué que qué sé yo» y también se dio cuenta de que aquello de las aventuras en alta mar no era lo suyo, así que le dio un tierno abrazo a su amiga gaviota y se despidió no sin antes agradecerle por mostrarle lo que debía buscar, a lo que la gaviota respondió : «¡vuela Cirro, vuela que sólo volando se llega a donde el destino espera!».
Y así, volvió a emprender su viaje el Cirro, ésta vez observando con más cautela el mundo que le rodeaba, no fuera a ser que por andar en las nubes su «no sé qué que qué se yo» le pasara de largo.
Sin embargo el concentrarse en tan exhaustiva misión le era sumamente difícil al pequeño Cirro, porque por alguna razón que desconocía, de repente sus ojitos se le cerraban y comenzaba a imaginar toda clase de aventuras y fantas&ia
cute;as en las que, por supuesto, era el principal protagonista, y a veces ni siquiera necesitaba cerrar los ojos, pues en segundos ya se encontraba viajando por sus tierras de ensueño, fue así, en una de sus tantas «escapadas» que se sumergió de lleno en su mundo y descuidando el rumbo que llevaba se dejó ir alto y cada vez más alto, hasta que traspasó la atmósfera, la estratosfera y todas las tosferas que se topó en el camino, y siguió flota que flota a la deriva, hasta que repentinamente sintió que se atoraba con algo y abrió los ojitos de par en par y al hacerlo notó que se había enganchado en una estrella .
– ¿Acaso tú eres una nube?-preguntó extrañada la estrella-
– S… s… s… sí s… s… soy…
– ¿No se te estará escapando el aire? ¿O sí?
– N… n… n… no es… que es… estoy as… asus… asustada.
– No temas, yo te guiaré de regreso a casa, pero, dime, a todo esto ¿qué andas haciendo por estos lares? Las nubes no deben andar por acá.
– Estaba buscando mi «no sé qué que qué sé yo» .
– ¡Ah! ¡eso es sumamente importante!
– ¡¿Cómo?! ¡¿tú sabes del «no sé qué que qué se yo»?!
– ¡Pero claro! En especial siendo estrella, debemos estar bien seguras de nuestro no sé qué que qué sé yo, porque si no lo tuviéramos no podríamos hacer nuestro trabajo… de hecho, pequeño Cirro, porque ¿eres un Cirro verdad?
– ¿Cómo lo sabes?
– Se te nota, tienes carita de Cirro, te decía, que nadie absolutamente nadie debe ir por la vida sin su «no sé qué que qué sé yo», es ése algo que nos impulsa a recorrer nuevos caminos, a vencer miedos; es como un motorcito que nos hace despertar felices todas las mañanas, es una chispa que nos mantiene tibios ¡es el motivo por el cual uno piensa que la vida es hermosa!
– ¡WOW!-Gritaba emocionado el Cirro- ¿Y CÓMO LO ENCUENTRO? ¡DIME, DIME, DIME!
– ¡Ah! pequeño Cirro-decía cándidamente la estrella- ¡volando Cirro! ¡Que volando…
– ¡Se llega a donde el destino espera!-interrumpió impaciente el Cirro- Sí ya sé, todos me dicen eso, pero ¡mira! ¡mira ya todo lo que he volado! Y no he encontrado nada… creo que yo no tengo el «no sé qué que sé yo”…
– Claro que lo tienes, pero debes ser paciente, anda, quita ésa carita triste ¡y recuerda mantener la mirada siempre bien alta, hacia el horizonte, hacia arriba, al infinito! Ven, te llevaré de regreso a casa ¡sujétate bien porque iremos a toda máquina!
Al principio el Cirro estaba algo asustado, así que se abrazó con todas sus fuerzas a la estrella y cerró los ojos, pero de a poquito el miedo desapareció y se decidió a ver lo que ocurría, entonces notó que sobrevolaban hermosos bosques, altas montañas, y océanos y todas las criaturas que allí habitaban parecían tener su «no sé qué que sé yo», porque vivían felices gozando de los paisajes, el viento, la lluvia y de estar con sus familias .
Sin embargo cuando sobrevolaron por grandes ciudades el Cirrro notó que la mayoría de las personas estaban tristes, enojadas, siempre con la mirada fija en el piso y nunca sonreían.
– ¿Estrella?-interrogó preocupado el Cirro- ¿porqué los humanos no están felices como los animalitos? Ellos también son libres para correr por donde quieran, ellos también pueden ver hermosos paisajes y crear cosas espectaculares… ¿porqué no tienen su «no sé qué que qué sé yo»?
– ¡Ah mi pequeño Cirro! Los humanos son muy especiales, ellos necesitan inspiración, necesitan que su imaginación sea alimentada todo el tiempo, y eso no es cosa fácil, a veces nosotras las estrellas bajamos cerquita de ellos para darles polvos estelares, y brillo a sus miradas, pero están tan encerrados en sus mundos grises que ni siquiera nos ven.
Fue en ése instante en que nuestro Cirro sintió aquella chispa de la que le había hablado la estrella, ése calorcito que le hacía sentir más vivo que nunca y cerró los ojos y se concentró fuerte y más fuerte hasta que comenzó a llover sobre la ciudad, sólo que su lluvia no era la lluvia común y corriente que conocemos ¡no! ¡El Cirro llovía sueños! Chiquitos, grandes, bonitos brillantes de todas formas y colores y caían suavemente sobre las ciudades empapando a todos de un «no sé qué que qué se yo» que comenzó a iluminar a todo mundo haciendo no sólo que la vida fuera más hermosa, sino que gracias a su lluvia la gente se animaba a esforzarse mucho para ver ésos sueños hechos realidad.
Y desde lo alto, pero bien alto, en el techo del mundo, se escuchaba decir al Cirro «¡VUELEN, VUELEN QUE SOLO VOLANDO SE LLEGA A DONDE EL DESTINO ESPERA!»

De nuestra compañera Elizabeth Segoviano, 26 años.