Examen de Ingreso
Las cosas ocurrieron así:
Cordelia escapó un día, ala hora de la siesta, de la casa de campo en que vivíamos. Paseó por un caminito, paseó por otro y por otro, hasta que no supo encontrar el de la casa.
Cuando se dio cuenta de que se había perdido, en lugar de asustarse por ella pensó en el disgusto que íbamos a tener nosotros. Y yo creo que en eso está el secreto de todo lo que le ocurrió después.
Lloró acordándose de toda la familia, sin olvidar al gato ni a mí, que siempre le tiraba de la trenza. Cuando se secó las lágrimas se encontró en un camino que antes no existía y que la llevó, cruzando un bosque, que tampoco existía antes, hasta la puerta de una casa de aspecto siniestro. La puerta y las ventanas estaban cubiertas de espesas telas, por las que se paseaban horribles arañas, y en el interior sonaban cadenas y una voz de ogro que decía:
-¡Ah, que te como! ¡Ay, que te almuerzo!
Cordelia iba a escapar muy asustada cuando oyó la vocecita lastimera de un niño que gritaba:
-¡Socorro! ¡Socorro, que me come crudo!
Cordelia entonces hizo un gran esfuerzo para vencer su miedo y, cerrando los ojos, desgarró las telas de araña de la puerta y entró en la casa temblando heroicamente, pues ha de saberse que el verdadero heroísmo es el de quien, con miedo y todo, se atreve a hacer lo que corresponde.
Pero la casa resultó como una de esas frutas de cáscara amarga y corazón dulce, pues no bien hubo traspuesto la puerta se encontró en un gran salón de suaves colores, donde muchas niñas de resplandeciente belleza, sentadas en sillones de raso y terciopelo, la miraban sonriendo.
También le sonrió, entre su barba blanca que le llegaba a la cintura, un anciano de alto bonete y flotante túnica negra bordada de estrellas y lunas de plata y oro, que, con una tiza en la mano, estaba delante de un gran pizarrón. Le sonrió y le dijo:
-Cordelia, has dado un brillante examen de ingreso al atreverte a entrar en esta casa para salvar al niño en peligro de ser comido. Quedas admitida como alumna regular en la Escuela de las Hadas.
-¿Y el niño? -preguntó Cordelia.
El viejo maestro la envolvió en una sonrisa burlona y Cordelia se puso colorada hasta la raíz del cabello. ¡Bien había comprendido ella que allí nunca hubo ogro ni niño comestible, sino un truco mágico para probarla! Y la pregunta la hizo para exagerar su bondad y quedar bien.
El anciano maestro le dijo:
– Ahora siéntate a estudiar.
-¿Dónde me siento? -preguntó mi hermanita.
El maestro puso cara de impaciente y exclamó:
-Pero ¿no ves ese sillón dorado a tu izquierda?
Ni a su izquierda ni a su derecha ni atrás ni adelante había ningún sillón. Pero Cordelia valientemente, se sentó en el aire, ¡cataplum! … ¡No! ¡No se cayó! Oportunamente apareció el sillón donde convenía.
-¡Muy bien Cordelia! -aprobó el anciano-. Tu fe te ha salvado de darte un buen golpe, pues, si hubieras dudado antes de sentarte, estarías ahora rascándote por el porrazo. Creo que si te aplicas llegarás a ser un hada bastante decente dentro de cien años.
Al ver la cara de asombro y desilusión de Cordelia las demás alumnas rompieron en una estrepitosa carcajada.
-¡No le hagas caso! -gritaron todas a coro-. Lo de los cien años te lo dice para ver la cara que pones. Aquí nos recibimos volando.
Y muchas que ya tenían alas de mariposa, echaron a volar, saliendo y entrando por las ventanas y entonando una canción revolucionaria que comenzaba así:
Si el viejo Merlín
se enoja, se enoja,
volvamos la hoja
y a mí plin, plin, plin.
-¡Señoritas, a su lugar! -gritó el maestro.
Pero las chicas seguían revoloteando por el salón y entrando y saliendo por las ventanas, y una respondió:
-Nuestro lugar es el aire, pues para eso tenemos alas. ¡Ven, Cordelia, y vuela con nosotras!
Y ella y otra tomaron a Cordelia por ambas manos y la levantaron haciéndola volar en redondo junto al alto techo.
-¡Disciplina, orden, o las vuelvo feas! -gritó Merlín, y aquello fue santo remedio. Como por arte de magia todas plegaron las alas y volvieron a sus puestos. Pero las dos que habían alzado a Cordelia, con el susto de volverse feas, le soltaron en plena altura, y no se sabe qué golpe se hubiera pegado si la figura de un payaso que había pintado en el techo no estira una mano y la sostiene por los cabellos.
-¡Suéltala! -le ordenó Merlín.
Cordelia pataleaba en el aire y no sabía si reír o llorar. El pelo no le dolía, pues estaba muy acostumbrada a los tirones que yo le daba, y. además siempre había soñado con ser trapecista en un gran circo.
El pasayo, sin soltarla, dijo:
-Señor Merlín, ya que hay tanta indisciplina en la clase ¿por qué yo, que no soy más que una figura pintada, no puedo también portarme un poco mal y balancear a esta chica en el aire? ¡Es tan divertido!
Y la seguía balanceando, cada vez con más fuerza. Las otras se reían tanto que a Cordelia le dio rabia y les sacó la lengua.
-¡Ay, qué chica tan maleducada! -exclamó el payaso. Y la soltó, con lo cual volvió a ser una figura inmóvil pintada en el techo. Cordelia, sin hacerse el menor daño, fue a caer justamente en su sillón.
Estaba aturdida, no por el golpe -que no fue nada- ni por el balanceo -que resultó muy divertido-, sino porque no podía comprender por qué todo el mundo, hasta las figuras del techo, era allí tan desobediente. Miró al maestro con ojos interrogativos, y éste se quitó el gorro, se rascó la cabeza y le dijo:
-Te voy a explicar, Cordelia, lo que pasa. Yo, como todos los sabios, soy un poco distraído, y una vez me distraje pensando en un perro muy bonito que había visto en el camino y estuve toda la tarde enseñándoles a mis alumnas a ser buenos perros. Les enseñé a dar la pata como los perros, a ir a buscar un palo en el
agua, a llevar una canasta en la boca y otras muchas cosas que forman la buena educación de un perro. Ellas, las pobres chicas, me obedecían sin chistar y ladrando lo mejor posible. Cuando me di cuenta de mi error les dije …
Pero la clase entera lo interrumpió diciendo a coro:
-Soy un viejo tonto y no tienen que hacerme caso al pie de la letra.
-Sí -agregó Merlín -; eso les dije. Y desde entonces se aprovechan y de tanto en tanto me desobedecen.
-¡Qué triste! -exclamó Cordelia, sinceramente emocionada.
-No vayas a creer -le dijo Merlín-; así las clases resultan mucho más divertidas.
-Y lo queremos más -dijeron todas las chicas.
Merlín entonces se puso muy serio. Parecía escuchar un ruido lejano. La clase permanecía en profundo silencio y en todos los ojos brillaba una lucecita de curiosidad. Por fin el maestro tomó el largo bonete que se había quitado y se lo colocó en la cabeza, pero al revés, es decir, con la punta en equilibrio sobre el cráneo calvo.
Nadie decía nada.
Cordelia no pudo más y le avisó:
-Señor, disculpe, pero ha cometido una de sus distracciones. Se ha puesto el bonete al revés.
-No, hija mía; mi bonete está muy bien puesto -le respondió él distraídamente.
Cordelia abrió la boca para replicar, pero en ese momento entró por la ventana un pajarito chillando como si estuviera desplumado. Y, revoloteando por el aula, decía en pío-pío, que es uno de los treinta idiomas que hablan los pájaros:
¡Ay, que desgracia la mía!
¡Quiero poner un huevito
y no encuentro un arbolito
con una casa vacía!
¡Soy un desdichado
que no encuentra un nido!
¡Todo está alquilado!
¡Todo está ocupido!
-¡No se dice ocupido sino ocupado! -prorrumpió la clase entera.
El pajarito, que se había posado en el alto respaldo del sillón de Cordelia, las miró con desprecio y dijo:
-¡Niñas tontas! ¿Se creen que una persona a la que le ocurre una desgracia como la mía está para preocuparse por la corrección del idioma? ¡Ah, pero allí veo un hermoso nido!
Y con dos golpes de ala se coló de rondón en el bonete invertido del mago. Entonces Merlín se volvió a Cordelia y le dijo:
-¿Ves como mi bonete estaba bien puesto? Debes aprender que en este mundo de las hadas -y algunas veces también en el otro- las cosas que parecen estar mal están bien y «vice de la versa».
-¡Ah ..! -exclamó la clase con la boca abierta.
-Sí -continuó Merlín-, pero «vice de la versa»está mal dicho; se debe decir viceversa, que quiere decir al revés.
-Y si usted lo sabía bien ¿por qué lo dijo mal? -preguntó una alumna.
-Para que, si el pajarito me oye desde el fondo de mi bonete, no se avergüence de haber pronunciado mal una palabra, al ver que hasta un gran sabio como yo se puede equivocar.
-Es usted un sabio muy delicado -dijo el pajarito, que había puesto su huevo y estaba posado en el borde del bonete. Y agregó:
-Y ahora, adiós, que me tengo que ir muy apurado, a otro país para anunciar la llegada de la primavera. Si yo no la anuncio con mi canto ella no podrá entrar y los pobres chicos andarán envueltos en bufandas de lana, que pican mucho cuando no hace frío, y las hermosas flores se impacientarán al no poder sacar sus cabecitas de la tierra.
-Bueno, vete a cumplir con tu deber -le dijo Merlín-, pero antes dime cómo te llamas para poder recordarte.
-Pajarito, no más -dijo él. Y agitando las alas salió por una ventana y se perdió en el cielo azul.
Merlín, distraído, dio vuelta el bonete y se lo encasquetó hasta las orejas. Toda la clase contuvo un grito y él, poniendo cara muy fea, exclamó:
-¡Por mis propias barbas, qué tontería acabo de hacer! El huevito al caer de tan alto se ha estrellado sobre mi cráneo, y en lugar de un hermoso pajarito no tendremos más que una tortilla chica, como para un ratón.
Y tristemente se quitó el bonete. Pero en vez de chorrearle el huevo estrellado por la cara, salió volando una bandada de pajaritos muy chicos, pero ya con sus plumas de colores, que revolotearon un momento por el aula diciendo gracias, gracias en pío, que es la media lengua del pío-pío. Después, formados en arco, se fueron por una ventana, y era como si hubiera salido el arco iris.
Mirando irse la bandada estaban cuando el payaso que había pintado en el techo se puso las manos a los lados de la boca, a manera de bocina, y gritó:
-¡Talán! ¡Talán! ¡Talán!
-¡Recreo! ¡Recreo! -gritaron a su vez las niñas. Y, las que ya tenían alas volando y las otras sobre sus pies, salieron bulliciosamente del aula.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles