Pascualito aprendió la frase y la repitió mentalmente muchas veces. «La cara sucia». El siempre la tenía así. Y eso lo entendía muy bien. «El pelo desgreñado…». Pascualito se peinaba raras veces y sus mechones revueltos se lo hacían comprender… «Con una rana en el bolsillo…». ¿Dónde estaba la rana? Pascualito nunca había tenido una rana en el bolsillo. Sí, él era la verdad porque tenía la cara sucia… él era la sabiduría porque tenía el pelo desgreñado… pero no era la esperanza porque le faltaba la rana… ¿y la rana?
La ranita, Pascualito y el crepúsculo continuaban allí, sin atreverse a echarle mano, no fuera que también saltara como las demás. Pascualito hacía su plan: le hablaría cariñosamente, le pondría el nombre de Juanita, como el de la niña del rancho cercano con la cual jugaba.
Juanita… no te vayas. ¿Por qué no te vienes conmigo? Esta noche hará frío aquí en el pantano y, si llueve, te vas a mojar.
Juanita parecía oírlo, inmóvil en su junco. Cuando Pascualito resolvió atraparla, Juanita fue más rápida, saltó y desapareció.
El sol se había ocultado y la oscuridad se insinuaba ya. Pascual corrió a su rancho, donde nadie había notado su retardo, acostumbrados todos como estaban a las causas de sus demoras: correr tras de algún armadillo, quedarse bajo los chipios en cosecha admirando los colores de los pájaros, irse en busca de moras o piñuelas silvestres, o tenderse boca arriba a contemplar las nubes y adivinar sus figuras.
Al verlo llegar tan de carrera, la madre le preguntó:
– ¿Qué fiera te persigue?
– Ninguna, mamá. Es que yo soy la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo desgreñado. Pero no soy la esperanza, porque no tengo una rana en el bolsillo.
– ¿Qué qué? ¿Qué qué?
– Sí, mamá, nos lo dijo el alcalde esta mañana en la escuela. Y tú me explicarás qué son la verdad, la sabiduría, la esperanza.
– Por la verdad irás mañana, después de la escuela, a preguntar a Agapito. La sabiduría es eso que los sabios saben. La esperanza es eso que sentimos cuando le rezamos a la Virgen para que llueva, o cuando sembramos, o cuando florece el café, o cuando vamos al pueblo a vender algo, por si nos lo pagan mejor.
– Mamá, y cuando vemos esas nubes tan bonitas allá sobre el cerro y queremos ir a ellas, ¿eso también es la esperanza?
– Sí, y la que tú tienes de llegar a tener una beca en la escuela en el pueblo y ser monaguillo para ayudar a la misa… ¿Se lo dijiste ya a la maestra?
– Sí, mamá, y se lo he dicho muchas veces.
Al otro día, Pascualito, impaciente, apenas terminó la escuela corrió al rancho de Agapito, el viejo patriarca, yerbatero, sanalotodo y oráculo de la región, que vivía entre hierbas, ungüentos y mariposas prendidas con alfileres a las paredes. Decía que con el polvillo de sus alas curaba las penas de amor.
Ante la pregunta de Pascualito «¿qué es la verdad?», Agapito, mesándose la barba blanca, respondió:
– Me haces la misma pregunta que alguien le hizo a Cristo. Hay la verdad del alma que enseñan los sacerdotes, la verdad del cuerpo que enseñamos nosotros los médicos; y la verdad de cada uno. Tú, por ejemplo, Pascual, tú también eres la verdad.
– Pero me falta la rana.
– ¿Cuál rana?
– Una rana en el bolsillo que tengo que tener y me voy a buscarla.
Juanita estaba en el pantano, en el mismo junco. Pascualito reflexionó: esta vez no me voy por el lado descubierto, porque Juanita se me pierde entre el juncal. Me voy por el lado opuesto y, si Juanita salta, saltará en descubierto y la agarraré.
La táctica fue buena y Pascualito salió del barrial con Juanita en el bolsillo repitiéndose a sí mismo: «Soy la verdad, la sabiduría y la esperanza».
Pocos días después, el párroco vino a bendecir el nuevo local de la escuelita rural y la maestra le habló de Pascualito, de su aspiración a una beca y de su ambición de monaguillo. También de sus méritos de alumno. El cura no tenía becas libres en la escuela parroquial, pero luego de un examen a Pascualito, le dijo:
– No hay vacantes ahora. Pero te voy a abrir un campo en la escuela de la parroquia. Preséntate el próximo domingo. Las monjas te lavarán la cara, te peluquearán, te harán abandonar esa rana del bolsillo. De esa escuela puedes salir para el bachillerato, luego… Pascualito corrió de la entrevista a comunicarle la noticia a su madre, cabizbajo y pensativo.
– ¿Te vas, hijo? Eso es bueno para llegar a ser doctor, cura o general. Debes irte.
– No, mamá. No me voy. Me quedo a tu lado.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles