– Colibrí, colibrí ¿qué haces tan solito ahí? Ven comigo y te covertiré en nube y verás que bonito es el mundo recorrer.
– Pero mi madre me espera en casa y yo quiero al lado suyo el mundo ver, dime nube viajera ¿acaso me puedes prometer que siendo yo una nube mi madre será montaña y en su nevada punta descansaré?
– No, no puedo tal cosa prometer.
– Entonces gracias y buena suerte en tu camino.
El viento que todo lo escuchó se acercó y dijo:
– Colibrí, colibrí ¿qué haces tan solito ahí? Yo puedo hacerte brisa y jugaremos noche y día, no tendremos reglas ni castigos ¡libres seremos!
– Pero si me voy contigo ¿puedes prometer que cada noche vendré a casa a dormir entre las cálidas alas de mamá?
– No, eso no te lo puedo prometer.
– Entonces gracias y buena suerte en tu camino.
Volando, volando llegó el colibrí a la orilla de una playa y vio una juguetona ola aparecer y desaparecer, pero al fin se acercó y dijo:
– Colibrí, colibrí ¿qué haces tan solito ahí? ¿No quieres conmigo ser una ola y juntos surcar los océanos, pelear con piratas, buscar tesoros, bailar con delfines y cantar con sirenas?
– Si me voy contigo ¿puedes prometer que al final del día cuando me sienta cansado o asustado mi madre será una hermosa playa y me cobijará en sus arenas?
– No, no lo puedo prometer.
– Entonces gracias y buena suerte en tu camino.
Volando, volando regresó a casa el colibrí y su madre le dijo:
– Colibrí, colibrí ¿por qué llegas tan tarde a mí?
– Hoy una nube, el viento y una ola me invitaron a partir, me hablaron de viajes, juegos y aventuras; pero con ellos no quise ir porque tendría que partir sin tí.
– Colibrí, colibrí, mi pequeño colibrí, sé que un día habrás de partir, pero puedo prometer que a tu lado siempre estaré. Seré el viento bajo el cual vueles, seré el frondoso árbol en el cual de la noche te resguardes, y cuando mucho me extrañes recuerda que seré el sol que te abrace desde el alba hasta el ocaso; y por la noche, si miedo sintieras, seré luz de luna que calme tus sueños.
– Colibrí, colibrí, mi pequeño colibrí de ver el mundo nunca debes sentir temor, porque yo estaré en derredor; y si un día quisieras a mí volver y el camino no pudieras encontrar sólo deberás escuchar en tu interior porque seré el ritmo de tu corazón, ahí por siempre juntos vamos a estar y ése será nuestro eterno hogar.
De nuestra compañera Elizabeth Segoviano, 26 años.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles