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Categoría: Cibercuentos

El adivino

Instalado en la plaza pública, un adivino se entregaba a su oficio. De repente se le acercó un sirviente, anunciándole que las puertas de su casa estaban abiertas y que habían robado todo lo que había en su interior. Se levantó de un salto y corrió, desencajado y suspirando, para ver lo que había sucedido. Uno de los que allí se encontraban, viéndole correr, le dijo:

-Oye, amigo: tú que te picas de prever lo que ocurrirá a los otros, ¿por qué no has previsto lo que te sucedería a ti?

Siempre hay personas que pretenden dirigir lo que no les corresponde, pero no pueden manejar sus propios asuntos.

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El abeto y el espino

Disputaban entre sí el abeto y el espino. Se jactaba el abeto diciendo:

-Soy hermoso, esbelto y alto, y sirvo para construir las naves y los techos de los templos. ¿Cómo tienes la osadía de compararte a mí?

-¡Si recordaras-replicó el espino- las hachas y las sierras que te cortan, preferirías la suerte del espino!

Busca siempre la buena reputación pues es una gran honra, pero sin jactarte por ello, y también cuídate de los que quieren aprovecharse de ella para su propio provecho.

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Dos hombres disputando acerca de los dioses

Se encontraban disputando dos hombres sobre cuál de los dioses, Hércules o Teseo era el más grande.

Pero los dioses, irritados contra ellos, se vengaron cada uno en el país del otro.

Cuando los inferiores disputan sobre sus superiores, no tardarán éstos en reaccionar contra ellos.

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Diógenes de viaje

Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.

Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:

-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.

Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.

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Bóreas y el Sol

Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma al que despojara a un viajero de sus vestidos.

Bóreas empezó de primero, soplando con violencia; y apretó el hombre contra sí sus ropas, Bóreas asaltó entonces con más fuerza; pero el hombre, molesto por el frío, se colocó otro vestido. Bóreas, vencido, se lo entregó al Sol.

Este empezó a iluminar suavemente, y el hombre se despojó de su segundo vestido; luego lentamente le envió el Sol sus rayos más ardientes, hasta que el hombre, no pudiendo resistir más el calor, se quitó sus ropas para ir a bañarse en el río vecino.

Es mucho más poderosa una suave persuasión que un acto de violencia.

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Afrodita y la gata

Se había enamorado una gata de un hermoso joven, y rogó a Afrodita que la hiciera mujer. La diosa, compadecida de su deseo, la transformó en una bella doncella, y entonces el joven, prendado de ella, la invitó a su casa.

Estando ambos descansando en la alcoba nupcial, quiso saber Afrodita si al cambiar de ser a la gata había mudado también de carácter, por lo que soltó un ratón en el centro de la alcoba. Olvidándose la gata de su condición presente, se levantó del lecho y persiguió al ratón para comérselo. Entonces la diosa, indignada, la volvió a su original estado.

El cambio de estado de una persona, no la hace cambiar de sus instintos.

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Cuento de Harry el conejo

Saltar, saltar y saltar.. todo en la vida es saltar y saltar, pensaba un poco angustiado el conejo Harry, que era de hermoso pelaje blanco como la nieve y con una nariz rosada  y muy olfateadora que hacia graciosos movimientos al respirar, sus largos bigotes  con el viento se mueven tanto que a veces le picaban sus grandes ojos azules y claro muy útiles pues con tanta zanahoria que come tiene una perfecta vista.

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Historia de los besos del pez marrón

El pez  Félix era feliz en su diminuta pecera. Su amo le daba de comer -día sí y día también- la típica comida para peces marrones que venden en las tiendas de comida para peces marrones. Félix estaba contento con su barquito hundido, con sus corales falsos y con sus algas de plástico. No necesitaba el mar. Se conformaba con lo que allí tenía. No era ambicioso. No más que el resto de los peces.

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Cuento de los dientes del abuelo
Érase una vez un niño que se llamaba Brais y era muy descuidado porque nunca se quería lavar los dientes. Un día jugando con su abuelo Marcelino le pregunto: «¿por qué no tienes dientes?» y su abuelo le respondió: «Cuando era un niño como tú, tampoco me gustaba lavarme los dientes, aunque mis padres siempre me mandaban, y comía muchas, muchas chucherías. Hasta que un día jugando con mis amigos, se me cayó un diente y me puse muy contento porque el ratoncito Pérez me iba a traer un regalo. Me acosté y puse el diente debajo de la almohada, y a la mañana siguiente en lugar del regalo me encontré una nota que decía:

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