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Categoría: Cibercuentos

Cuento de los Cuatro Tesoros Mágicos
Cuatro santos derviches de la jerarquía segunda, se reunieron y decidieron buscar, por toda la superficie de la tierra, objetos con los que pudiesen ayudar a la humanidad. Habían estudiado cuanta cosa estuvo a su alcance y concluyeron que mediante este tipo de cooperación podrían servir de la mejor manera posible.

Decidieron encontrarse nuevamente treinta años después.

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Cuento de los clavos y el amor
Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debería clavar un clavo en la cerca de atrás de la casa.

El primer día el niño clavó 37 clavos en la cerca…

Pero poco a poco fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la cerca.

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Cuento de los cinco regalos de la Aurora Boreal
Mientras te acurrucas, voy a contarte una pequeña historia mi amor: Érase una vez un pequeñito muy hermoso que se llamaba Edgar Andreas, y que esa fría noche de invierno, cansado estaba de tanto jugar, reír, brincar y bailar, estabas adormilado y las estrellas y la luna como siempre, vinieron a darte un beso de buenas noches, pero en esta ocasión trajeron  a una invitada muy especial, a la Aurora Boreal.

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Cuento de los caballos que no querían amo
En una hacienda de caña había un caballo color melado, que a fuerza de trabajar y comer mal, mostraba las costillas y parecía que iba a desarmarse. Durante la semana cargaba caña y el domingo traía el mercado del pueblo. No conocía, pues, día de descanso. Por otra parte, las moscas no le dejaban punto de reposo, revoloteando alrededor de las mataduras que tenía en el lomo. ¿Comida? Apenas la poca yerba que encontraba en el potrero. Sintiéndose viejo y enfermo pensó que muy pronto lo matarían para aprovechar su piel. Había sido resignado, pero no hasta el punto de dejarse matar después de tanto sufrir. Resolvió huir de la hacienda en busca de mejores aires. Como lo pensó lo hizo. Al amanecer salió al camino y se dirigió al pueblo; no se le ocurrió irse al monte porque estaba seguro de que por allá irían a buscarlo, mientras que a ninguno se le ocurriría que estaba en la ciudad. Era malicioso el viejo caballo. Iba medroso porque creía encontrar enemigos en todas partes.

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Cuento de las cosas de casa
Érase una vez una niña que vivía con sus padres y su mascota. Un día al salir de casa, cerraron la puerta de la calle y la televisión empezó a hablarle a las estanterías del salón.

«Que aburrimiento, a mi me tienen todo el día encendida» – dijo la televisión.

«Pues tu no te quejes» -dijo la estantería- «a mi me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de encima».

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La comadreja y la familia armadillo
El papá armadillo era campesino y muy tímido; jamás había bajado al pueblo; pero, ¿para qué quería él recorrer mundo cuando tenía una cueva tan bonita debajo de las raíces de una ceiba, tapizada con musgo y tan espaciosa que a no ser por la falta de luz, se hubiera creído un palacio? La familia vivía holgada y doña Armadilla, en compañía de sus hijas Armadilla–Melada y Armadillita–Gris, había hermoseado la cueva con flores, festones y plumas recogidos en el monte. Todo era paz en aquella casita hasta el día en que al otro lado del árbol vino a vivir la Comadreja.

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Cuento de la Cenicienta

En cierta ocasión un hombre muy bueno tenía una hija muy linda se quedó viudo. Para cuidar mejor a su hija, que era muy pequeña, decidió casarse con otra mujer, que tenía dos hijas, caprichosas y muy maleducadas.

Pero un día, este hombre murió. Fue entonces cuando la madrastra y las dos hijas empezaron a tratar mal a la pequeña Cenicienta. Así la llamaban porque siempre estaba sucia de ceniza de tanto trabajar en la cocina.
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Cuento de la casita de las torrejas
Había una vez unos chacalincitos que quedaron huérfanos de padre y madre y sin nadie quien les dijera ni ¿qué hacen allí?

Era la pareja: la mujercita, la mayor y la que había quedado de cabeza de casa. Eran muy pobres y un día no les amaneció ni una burusca con qué encender el fuego. Entonces decidieron irse a rodar tierras. Atrancaron la puerta y agarraron montaña adentro. Allá al mucho andar, se sintieron cansados; entonces se subieron a un palo para pasar la noche y se acomodaron en una horqueta. Así que anocheció, vieron allá muy largo una lucecita. No se atrevieron a bajar por miedo que se los fuera a comer algún animal, pero se fijaron bien en la dirección en donde quedaba.

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