La chabola estaba hecha de ladrillos viejos y maderas, con el techo de aluminio y las ventanas de plástico.
Sentados en la puerta, unos niños de corta edad, el pequeño apenas balbuceaba dos palabras nada más.
¿Seguro que vivirá en una linda casita, rodeado de gente que le quiere,
tendrá juguetes y una cama dónde dormir.
Tendrá un colegio, una maestra, que le enseñará del mundo todo lo más hermoso y le contará historias.
Aprenderá ha hacer números y a leer muchos cuentos.
Podría ir al parque, al zoo y de excursión.
Tendría unos amigos con los que jugar al fútbol.
Rodrigo escuchaba sus voces infantiles y el balbuceo del más pequeño y su cara inocente de niño tierno se llenaba de lágrimas y desconsuelo.
El, hizo lo que pudo por ayudarles, les traía ropa y alimentos muchas veces, pero eso no era todo lo que él quería, no era lo justo, que les debía ofrecer la vida.
Los niños deberían tener derecho a que sus sueños les hicieran crecer, a no pasar hambre, miserias ni sed.
Derecho a aprenderlo todo sobre la libertad, a ser solidario y a saber amar.
Rodrigo volvió a aquella casita, un día un chaval le dio en su manita, una figura de madera que el mismo había tallado con un viejo cuchillo y muchas horas de trabajo.
Era la figura de un niño que el mismo había pintado, era un niño de cabellos rubios y pelo rizado. La cara llena de bondad, que refleja un alma límpia.
Al cogerlo Rodrigo lloró, al sentir la gratitud del chaval.
Hay cosas que sólo se pagan con amor y llenan el alma de paz.
Rodrigo siguió paseando por allí, hasta que un día se hizo mayor, dejo el colegio y se marchó y nunca más volvió.
Pero en una estantería de su habitación guardado en un sitio muy especial, tiene un tesoro, un tesoro de amor que un día le talló un chaval.
Es algo tan valioso para él, que en los momentos bajos de moral,
lo mira y empieza a crecer y la fuerza del recuerdo es tan poderosa
que vuelve a sentirse ilusionado casi sin darse cuenta.
Marisa Moreno.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles