Érase una vez en lo alto de una montaña, en el antiguo Irán, que moraba una doncella que fue adoptada por siete dives que la encontraron un día en la floresta cuando cazaban. La llevaron al castillo donde vivían y allí fue criada por una vieja ama dive hasta que cumplió 17 años.
¡Ama, ama! ¿Qué cosa es esa que viene subiendo por la colina en dirección al castillo?. Nunca vi nada parecido en toda mi vida.
¡Señorita Fátima! – gritó la criada que era una enorme y horrorosa mujer dive con una verruga en la cara -. Apártese de esa ventana. Eso que está usted viendo es un ser humano y no debe hablar con él porque sus siete hermanos se pondrán furiosos.
¡Bobadas ama! – dijo Fátima que era bastante decidida y le gustaba hacer las cosas a su manera -. Voy a abrir la ventana y le llamaré porque parece cansado. Tengo la certeza de que está perdido y hambriento.
La criada comenzó a aullar y aullar de rabia, pero Fátima no le prestó la menor atención y abriendo la ventana llamó al viajero con melodiosa voz:
Entre en el castillo ser humano para que pueda descansar y recuperar fuerzas comiendo y bebiendo algo. Estoy sola pues mis hermanos estarán todo el día cazando.
El extranjero era un príncipe llamado Nureddin, que había perdido su caballo al pasear por los alrededores. Nureddin no pudo evitar quedarse prendado de aquella hermosa joven que le invitaba desde lo alto del castillo. La criada abrió las puertas y, media hora, después Nureddin se encontraba sentado con Fátima comiendo uvas, queso y deliciosa hulwa.
Fátima estaba encantada con el joven. Le hizo centenares de preguntas y él le hablo del mundo que había más allá del castillo.
Necesito conocer todas esas maravillas – dijo ella -. ¡Ah… si mis hermanos me dejasen partir…!.
De ninguna forma mi joven ama Fátima – le reprendió la criada que les servía -. La señorita sabe que mis señores nunca la dejarán partir del castillo, pues ellos son muy, muy celosos y darían muerte a este humano si le vieran aquí.
Entonces yo misma hallaré la manera de huir del castillo – declaró Fátima solemnemente -. Así veré todas las maravillas del mundo descritas por este joven.
El príncipe no cabía en sí de gozo y prometió a Fátima que la llevaría al reino de su padre tan pronto él hubiera descansado de la jornada. Pero antes de que Fátima pudiese decidir algo se oyeron gritos que venían de la entrada y ladridos de perros mezclados con relinchos de caballos.
¡Oh, ser humano! – gritó la criada -. Escóndase en este arcón pues mis señores han vuelto y lo harán pedazos en el momento en que lo vean.
Aunque ella era un dive y normalmente detestase a los humanos, sabía que a su joven ama le agradaba aquel joven y por eso quería ayudarlo.
Inmediatamente el príncipe entró en el arcón y Fátima lo cerró con mano nerviosa. Apenas se hubo escondido, la puerta se abrió y los siete dives irrumpieron en la sala.
¡Hermana Fátima!, ¡hermana Fátima!, ¿qué tenemos para comer? – vociferó uno de ellos dando comienzo a un monumental barullo de grandes voces y risotadas, mientras se sacaban sus enormes botas. Fátima y la criada les ayudaron nerviosas a quitarse los chalecos de piel.
¡Ama, tráiganos vino para beber. Estamos ardiendo de sed!.
La vieja dive salió apresuradamente a cumplir la orden. Entretanto los siervos conducían los caballos al establo y los perros se disputaban algunos huesos en la cocina.
De repente los dives, uno después de otro, comenzaron a olfatear con sus enormes narices y gritaron enfurecidos:
¡Un hombre, un hombre! ¡siento el olor de un hombre!.
Fátima se puso pálida y su corazón latió violentamente. Dentro del arcón el príncipe se removió inquieto y se cubrió con algunas ropas para no ser descubierto.
– Alguien estuvo aquí hermana Fátima ¿dónde está?-. Todos los dives se levantaron y comenzaron a gritar furiosamente. Iniciaron una febril búsqueda de un cuarto a otro, abriendo todas las puertas, olfateando y bufando como bestias salvajes.
Estaban tan excitados que no se les ocurrió, en un primer momento, mirar en el arcón y Fátima, aprovechando que estaban en otro rincón del castillo, ayudó al príncipe a salir de él.
¡Deprisa, deprisa, voy a mostrarte un camino secreto para salir del castillo. Si no huyes, mis hermanos te harán pedazos!.
La noche estaba cayendo y se oía a los dives enfurecidos cómo estaban revisando rincón por rincón todo el castillo. Fátima comenzó a sentir miedo. Los dos corrieron con las manos cogidas en dirección al fogón y allí ella le ayudó a entrar en la chimenea. Fátima le descubrió unos pequeños y oscuros peldaños.
¡Ven conmigo Fátima!, voy a liberarte de este terrible lugar – susurró el príncipe -. Ella asintió con la cabeza silenciosamente. Y así subieron por los resbaladizos peldaños de piedra hasta que finalmente los recibió una noche cargada de estrellas.
¿Dónde están los caballos? – preguntó el príncipe con tono de urgencia.
Fátima le condujo al establo. Silenciosamente, como dos sombras, se deslizaron por detrás del castillo. Los criados de las caballerizas se repartían los dineros de los robos del día y no vieron como un par de sus mejores alazanes eran sacados de la cuadra por Nureddin.
Cuando estaban montados, el barullo dentro del castillo aumentó y los siete dives vieron a la luz de la luna como huían los dos jóvenes galopando a través de los enormes portalones de la entrada.
¡Detrás de ellos! – rugió el dive más viejo – ¡hay que traerlos vivos y los asaremos como a dos pollos!.
Los caballos galoparon como el viento, montaña abajo, como animales encantados que eran. No obstante, muy pronto, vieron a los siete dives montando caballos igualmente ligeros y fuertes.
¡Fátima vuelve. Te perdonaremos, pero déjanos matar a ese ser humano!.
La joven asustada podía oírles gritando detrás de ellos y sabía que no pasaría mucho tiempo para
que los dives desenfrenados cayeran sobre ellos. Entonces ella, hurgó en su bolso y encontró una semilla mágica de enredadera, la arrojó por encima de su hombro izquierdo; en ese mismo instante una enorme planicie de enredaderas surgió entre los dives y los fugitivos.
Los caballos de los dives ya no pudieron correr como antes, pues las enredaderas se liaban entre sus patas y los atrasaban, pero al cabo de media hora ya estaban otra vez muy cerca y Nureddin preguntó:
¡Fátima!, ¿qué vamos a hacer? tenemos que detenerlos pues estamos aún a medio camino del reino de mi padre, al cual llegaremos al amanecer si antes los dives no nos han alcanzado.
¡No tengas miedo! – dijo Fátima con bravura y buscando una vez más dentro de su bolso dijo – creo que puedo hacer algo -. Y arrojó por encima de su hombro una piña. Inmediatamente surgió un increíble y tupido bosque de pinos y los fugitivos pudieron galopar sin ser vistos.
Los intrépidos alazanes los llevaban cada vez más próximos a las tierras del príncipe. Fátima, con los cabellos flotando al viento, comenzaba a sentirse a salvo cuando el príncipe miró hacia atrás y gritó:
¡Ah! Nos alcanzan una vez más. Nos cogerán dentro de poco a menos que algo los detenga…
Fátima rebuscó en su bolso sin preocuparse de las riendas del caballo. Ya se caía de desesperación cuando sus dedos se cerraron sobre un grano de sal en un rinconcito de su bolso. Lo arrojó hacia atrás e inmediatamente un espumoso e inmenso mar surgió detrás de los cascos de su caballo y en él cayeron los dives y sus caballos ahogándose, pues lo dives no nadan bien en agua salada.
Fátima y Nureddin cabalgaron un poco más y cuando el día estaba naciendo llegaron a la bella ciudad de Nashapur.
Allí el palacio real brillaba con esplendor de oro y turquesa, con pavos reales en las alamedas del jardín exhibiendo llenos de pompa sus espléndidas plumas abiertas en abanico.
Entonces los soldados de las murallas, viendo al príncipe aproximándose, hicieron sonar sus trompetas de plata incrustadas de raras piedras preciosas.
Fátima fue recibida como una princesa, lo que de hecho fue al casarse con el príncipe en una espléndida fiesta que duró siete días y siete noches.
Los caballos encantados que los llevaron hasta allí desaparecieron cuando la luna estaba llena. Ellos sabían que su joven ama era, a pesar de todo, un ser humano, y preferían vivir al servicio de los dives, pues esta es la ley mágica establecida cuando el mundo comenzó a través de Salomón, rey de los magos y de las bestias encantadas, sobre quien sea la paz.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles