– Durante un año,- dijo el rey, -no saldrán del palacio ni podrán volverse gentes mas que al anochecer.
-Hermanos, yo ya no puedo soportar ésta existencia. Vamos saliéndonos por el caño del agua a ver que hay afuera de esta cárcel.
Los otros dos hermanos no querían porque le tenían miedo al rey. Sin embargo, tanto les insistió el Conejito Verde que por fin se fueron con él. Corrieron por el campo y jugaron toda la tarde, y, al volverse al palacio, oyeron una voz muy hermosa. Alguien cantaba una canción muy alegre.
– Vamos a ver quién es,- dijo el Conejito Verde.
Sus hermanos no quisieron acompañarlo por más que les rogó. El Conejito Verde se fué sólo y llegó a un palacio de donde salía aquella voz tan melodiosa. Anduvo rodeando la tapia que cercaba el jardín, y por fín encontró un agujero en la pared. Sin hacer ruído se metió al jardin y pudo ver que la que cantaba era una hermosa princesa con rizos dorados como el sol y ojos azules como el cielo. El conejito al instante se enamoró de ella y sin pensar se aproximó a la joven. Ella, al verlo, dió un salto y lo cogió.
La princesa que se llamaba Marisol, se fué corriendo con él bien cogido, a enseñarselo a sus padres que la querían mucho, porque además de ser buena, era se única hija. Después de haberles enseñado el conejito. Marisol lo llevó a su recámara. Cuál no sería la sopresa de la princesa al oír al conejito hablar y que le decía:
– Linda princesita, yo no soy conejo. Soy un príncipe encantado. Quedé transformado en conejo por haber desobedecido a mi padre. Si no me dejas salir, mi padre, el rey, me matará esta noche. Déjame ir, te prometo volver y me casaré contigo tan pronto como cumpla mi castigo. En prenda de mi palabra, toma este anillo.
La princesa estaba muy sorprendida de todo lo sucedido, pero como era muy buena y se había enamorado del conejito, lo sacó al jardín y le dijo que se fuera.
Pasaron los meses y el conejito no venía a ver a Marisol. El pobrecito no se podía salir del palacio. Pasaba el tiempo y Marisol se ponía triste y más triste. A tal grado llegó la tristeza de la princesa que sus padres alarmados, decidiéron hacer una gran fiesta para alegrar a Marisol. Mandaron buscar músicos y artistas para que deleitaran a la princesa.
En un pueblo vecino había un viejecito que tenía una hija que sabía pulsar la guitarra y cantar canciones alegres y bonitas. Cuando oyó la orden del rey, el viejo decidió llevar a su hija que se llamaba Rosita se montaron en sus burritos y partieron para el lugar done vivia Marisol. Como tenían que pasar por la ciudad donde vivian los conejos encantos, al llegar allí el padre y la hija tenían mucha hambre. Rosita fué a la panadería próxima al palacio de los conejitos y pidío una torta al panadero, pero como éste estaba muy enojado porque se la había quemado el pan, con mucho coraje cogió una torta y se le tiró. La pieza cayó al suelo y se fué rodando, la quiso coger Rosita pero no pudo. Siguió la torta rodando sin parar y Rosita la seguía corriendo y corriendo. Por fín, el pan se metió por un agujero en la pared del palacio donde vivian los conejos y cuando dejó de rodar, Rosita de improviso se encontró en una recámara muy linda donde había tres camas igualitas. Oyó de pronto un ruído y se escondió detrás de unas cortinas, luego vió que entraban tres conejitos: uno pinto, otro blanco y el otro verde. El pinto brincó a la cama, dió una vuelta y se volvió un príncipe muy hermoso. El conejito blanco hizo lo mismo y se transformó en otro príncipe muy guapo. Los dos se acostaron y se quedaron dormidos. Por fin el conejito verde tambien brincó a la cama, dió una vuelta y se convirtió en un príncipe mucho más lindo y más hermoso que los otros dos; pero este último no se durmió luego, sino que comenzó a llorar mucho. Despertaron los hermanos y lo consolaban diciéndole:
– Olvídate de la princesa Marisol, pues nunca te dejará nuestro padre casarte con ella.
Los tres príncipes se durmieron por fin y Rosita se escapó del palacio por donde había entrado. Como ya estaba amaneciendo, ella y su papá partieron hacia donde vivía Marisol.
Despues de mucho caminar llegaron al palacio donde vivía la princesa y se presentaron al rey. Rosita tocó, cantó y bailó pero la princesita seguía muy triste. Entonces Rosita le dijo:
– Mire, Princesa, le voy a contar una aventura. En seguida Rosita le relató a Marisol todo lo que le había pasado con el conejito verde. Al oír el relato Marisol ya no cabía en si de gusto y les suplicó al rey y a la reina que la dejaran ir a ver al conejito verde. Sus padres no le permitían, pero lloró tanto que al fín la dejaron ir.
Rosita y Marisol llegaron al palacio donde vivían los conejitos. Entonces Rosita le dijo a Marisol:
– Mira, mi princesa, vamos a entrar por el agujero de la pared, y cuando lleguemos a la recámara de los príncipe no vayas a hacer ruío porque si nos oye el rey nos mata.
– Esta bien, dijo Marisol. e introdujeron por el agujero de la pared y entraron a la recámara de los príncipes, entró al poco rato, el conejito pinto, brincó a la cama dió una vuelta y se volvió príncipe; luego entró el conejito blanco, hizo lo mismó, y se transformó en otro príncipe. Por fín entró el conejito verde. Marisol ya no podía estarse calladita, y cuando se subío a la cama el conejito y dió la vuelta para volverse príncipe, Marisol al verlo tan hermoso, dió un grito de alegría y salió corriendo a abrazarlo.
El rey que se paseaba por los corredores del palacio, oyó el grito de Marisol y luego entró a la recámara a ver que secedía. Cuando vió a la princesa se enojó mucho y queria matarla, pero entonces el príncipe menor le dijo al rey: – Mi señor y mi rey, ésta princesa es mi prometida y nos vamos a casar.
El rey se enojó más que nunca. Gritó y pateó, pero luego se calmó y les dijo:
– Con que se quieren casar, y tenían relaciones sin mi permiso, pues ahora solo por eso, si quieren mi consentimiento para casarse, tienen que hacer lo que les diga: Tu,- le dijo al p
ríncipe, seguirás con tu castigo durante siete años más, y tu, – le dijo a la princesa, -no te podrás casar con él hasta que llenes estos siete garrafones de lágrimas y gastes estos siete paras de zapatos de fierro.
Como no podían hacer otra cosa los porbrecitos, tuvieron que aceptar el castigo. Entonces el conejito verde se hincó a rezar y la pobrecita Marisol empezó a llorar y despues de decirse adios se fué ella a caminar para gastar los zapatos de fierro.
Llorando y caminando se fué la pobre princesita, y al fín un día llegó a una casa donde vivía la Luna. Ya había llenado los garrafones de lágrimas y tambien había gastado ya los siete pares de zapatos de fierro y traía todas las chanclitas de los zapatos envueltas en un pañuelo. La pobre Marisol había andado tanto y estaba tan cansada y tan lejos del país del conejito verde, que cuando llegó a la casa de la Luna pidió un poquito de descanso. Tocó Marisol la puerta y salió la Luna y le dijo:
– Anda niña, ¿qué haces por aqui? Y Marisol le dijo lo que andaba haciendo y le suplicó que la llevara al país del conejito.
– Mira,- le dijo la Luna, -por ahora no puedo, porque me toca andar por esa parte del mundo hasta dentro de muchos días; pero, ¿ves aquella loma? Pues allá vive mi compadre el Sol. Ve y dile que si puede ayudarte. La pobrecita de Marisol se fué camine y camine hasta que llegó a la casa del Sol. Tocó la puerta y salió el Sol.
– ¿Que andas haciendo por aquí, niña? le pregunto el Sol.
– Soy la novia del conejito verde y quisiera que me hiciera el favor de llevarme al palacio donde vive.
El Sol abrió desmesuradamente los ojos y le dijo: – ¿Cómo que eres la novia del conejito verde? Eso no puedo ser porque el príncipe se va a casar dentro de tres días con una princesa que le escogió el rey. Por cirto que todo el reino esta rezando para que yo los alumbre el día de la boda y para que no vaya a llover.
– Señor Sol, por favor lléveme al palacio,- le dijo Marisol, y luego le contó toda la historia de lo que les había pasado a ella y al conejito.
El Sol se quedó pensativo un momento y luego le dijo: – Mira niña, yo no te puedo llevar porque se ti llevo te abraso.* Pero mira, allá en el otro lado de aquella loma vive mi compadre el Aire. Dile que vaya y te lleve.
Se fué ande y ande Marisol hasta que llegó a la casa del aire y allí tocó la puerta, y salió la señora aire.
-Pasa, hijita, pasa y dime que andas haciendo por aquí. Y luego Marisol le contó todo. En esto llegó el Aire muerto de risa. La señora Aire le preguntó por que se reía tanto y le dijo que porque había desbaratado los preparativos de la boda del Conejito verde, y que los criados tendrían que arreglar todo otra vez. En esto, el Aire vió a Marisol y le preguntó que si qué andaba haciendo, y Marisol volvió a contar toda su historia. El Aire entonces, le dijo a Marisol que sin duda por eso estaba el Conejito Verde rezando en la caplla pidiendo que llegara Marisol.
– Cójete de mi cintura y verás como en un dos por tres llegamos, le dijo el Aire a la triste princesita.
Y volando como un torbellino se la llevó hasta la merita sala en donde estaba el rey, padre del Conejito Verde, y allí dejó a Marisol. Entonces el rey le dijo:
-¿Quién es esta pordiosera? Pero el Conejito Verde reconoció a marisol al instante y corrió a abrazarla, gritando al mismo tiempo: ¡Ya vino mi prometida, mi verdadera novia!
En seguida sacó marisol los siete garrafones de lágrimas que había llenado y el pañuelo donde traía todas las chanclitas que le habían quedado de los siete pares de zapatos de fierro y se los enseño al rey. Como el rey había dado su palabra, dijo que estaba bien que se casaran los dos. Así fue que Marisol se casó con el príncipe y los dos vivieron muchos años muy felices.
FIN
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles