Todas las mañanas al despertarse, salía volando en dirección al Sol, buscando nuevas aventuras. Ella sabía que en la mañana el Sol salía por el Oriente, y que si volaba hacia él, iría alejándose de su casa. También sabía que por las tardes el Sol se ponía por el Occidente, y que si se dirigía hacia él, iría a su casa. Por esta razón nuestra amiga jamás se perdía.
Ella se dió cuenta que no encontraba su casa, sólo veía montañas, bosques y árboles, pero su casa no se veía por ninguna parte. Cansada de volar decidió pararse a descansar y tratar de entender lo que pasaba.
Al posarse sobre un árbol encontró a una graciosa ardilla que al ver la gaviota se asustó, pues nunca había visto un ave de mar por tierra.
¿Qué estás haciendo tú por aquí, tan lejos de tu mundo?, le preguntó la ardillita.
Realmente no entiendo lo que pasa, todos los días para regresar a mi casa me guío por el Sol, pero en esta oportunidad me perdí en el camino, estoy en un lugar desconocido. ¿Qué hago ahora?, preguntó la extraviada gaviota.
Sólo alguien con todo el conocimiento necesario, podría ayudarte y en el bosque, solo el señor sabio Don Juan Lechuza es capaz de encontrarle una solución a ese terrible problema, le dijo la ardillita.
¿Y dónde puedo encontrar al señor sabio Don Juan Lechuza?, le preguntó la gaviota.
El se encuentra en el árbol más, pero más grande del bosque, y en la punta más, pero más alta, le respondió la ardillita.
La gaviota emprendió el vuelo, no sin antes despedirse de su apreciada amiga quien, aparte de darle una información que podía ayudarla mucho, le había dado además tranquilidad y esperanza, al ofrecerle una solución al problema.
Tan sólo tenia que encontrar al señor sabio Don Juan Lechuza, y para ello necesitaba encontrar el árbol más alto del bosque. Se dijo a si misma: ¿Cómo puedo encontrar el árbol más alto del bosque?. Bueno, creo que eso no es dificil; subiré volando a lo más alto y el pico del árbol que se vea más, será porque es el más alto, y así lo hizo. Ascendió rapidísimo hasta lo más alto y desde allí vió cual era el pico que más sobresalía y se dirigió hasta ese pico, se posó en el árbol y llamó al señor sabio Don Juan Lechuza, pero nadie respondía; repitió su llamado pero en ese árbol no había respuesta.
Busco el árbol más alto y no entiendo porqué si este es el que más se ve desde la altura, no es el más alto.
Nuestro amigo el carpintero le resolvió el problema:
Este árbol parece el más alto, pero no lo es, porque está ubicado en la loma más elevada de la montaña, pero los árboles más altos están en las bases de las montañas e igualan a los de la punta o parecen más pequeños porque al estar en la base, los de la cima parecen más altos. ¡Pues claro! – dijo la gaviota, pero ahora ¿Cómo encontraré el árbol más alto?.
Nuestro amigo el carpintero le dijo:
El árbol más alto es el más viejo y el más viejo es el más duro, porque los árboles al crecer van colocando más y más capas de corteza alrededor de ellos mismos y por eso son los más duros. Veamos, yo he picado todos los árboles de éste bosque y puedo decirte que el más duro es el Sr. Roble, que está en la base de la montaña, pegado a la ladera del río.
La gaviota se emocionó toda, agradeció de mil maneras a nuestro amigo el carpintero y se dirigió hacia el árbol más grande, el Sr. Roble.
Al llegar a él, inmediatamente empezó a buscar al señor sabio Don Juan lechuza, pero el árbol era gigantesco, iba a tener que buscar mucho hasta encontrarlo. Buscaba y buscaba, y no lo hallaba. Se encontró con el Señor Saltamontes, pero al acercársele a él, pegó un salto tan grande que ni siquiera pudo ver a dónde se había ido. Se encontró con el Sr. Grillo, pero éste sólo grillaba pidiendo agua y no pudo entenderse con él. Al fin se consiguió con alguien que hablaba algo que ella entendía, era el Sr. Gavilán, fuerte y poderoso, la miró de arriba a abajo y le preguntó: ¿Qué haces por aquí?
Nuestra amiga la gaviota le contestó: Busco al señor sabio Don Juan Lechuza.
El gavilán le responde: Al sabio no le gusta, ni necesita la luz; debes buscarlo en las zonas más oscuras del árbol. ¡Claro!, dijo la gaviota, a las lechuzas no les gusta la luz, el debe estar en las zonas más oscuras.
Velozmente se dirigió a las zonas oscuras del árbol y allí por fin encontró al señor sabio Don Juan Lechuza. ¡Señor sabio, señor sabio!, por favor, ¡Podría usted ayudarme?, tengo mucho tiempo buscándolo para ver si puede ayudarme a encontrar el camino de regreso a casa. Vea, señor sabio, estoy perdida desde ayer cuando salí como siempre a ver el mar.
Nuestro amigo el señor sabio se volteó lentamente, como siempre hacen las lechuzas, abrió un solo ojo y vió a nuestra desesperada amiga que estaba solicitando su ayuda, y le dijo: Tu eres una gaviota marina, blanca como las nubes, solo comes pescado y vives en las rocas de las montañas que están al borde del mar, hazme el favor de decirme ¿Qué haces por aquí tan lejos de tu casa?.
La gaviota le explicó con detalles todo lo
ocurrido y nuestro amigo el Buho se puso a pensar, había que buscar el camino de vuelta y este debía de ser tan claro que no produjera ninguna confusión ni equivocación y que fuera fácil de recordar para que la gaviota si se volviese a perder algún día, pudiera fácilmente conseguir el camino a su casa. El señor Lechuza, como todos los sabios, resolvía los problemas con preguntas y por ello le preguntó a nuestra amiga la gaviota:
¿Qué es lo que más abunda por tu casa, amiga gaviota?
El agua, contestó la gaviota.
¿Y de dónde viene toda esa agua?.
Bueno, a veces de la Iluvia, pero también de algunos rios que caen al mar, contestó la gaviota.
Y el agua de esos rios ¿De dónde viene?.
De las montañas, dijo la gaviota.
¡Aaah!, entonces ¿Cómo regresarás a tu casa?
La gaviota lo miró fijamente y pensó. De repente vió la respuesta. Claro, era sencillo, si seguía cualquier río, debería liegar al mar, y al llegar al mar, todo era mís sencillo. Le preguntó al sabio:
¿Qué río debo seguir?
¿Cuál crees tú que debes seguir?
El más grande.
¡Por supuesto! – exclamó el sabio.
Una vez conseguido su objetivo, la gaviota le dió mil gracias al señor sabio Don Juan Lechuza y voló hasta lo más alto que pudo, desde allí pudo ver un gran río que bordeada el bosque por su lado derecho, se dirigió hasta él y empezó a volar sobre el río siempre en la misma dirección en que éste iba, voló y no fue mucho, de repente se encontró con el mar. Dios mío, ¡Que maravillosa sensación!.
Inmediatamente reconoció el lugar y sin más dudas voló rápidamente a su casa. ¡Qué bién se sentía!, no tanto por haber conseguido el camino a su casa, sino porque había aprendido cómo poder volver a su casa sin necesitar al Sol, se habia independizado. Ya no necesitaba al Sol para que la guiara, ella sólamente con sus conocimientos podría encontrar todos los caminos.
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles