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Las zapatillas

Henrry y Abel, amigos entrañables, Abel en un Colegio
Particular, Henrry en la escuela del barrio, Abel con
posibilidades económicas, Henrry, muy pobre, Abel con
un hogar feliz, Henrry con un hogar lleno de
maltratos, lleno de violencia, pero que tenían estos
dos niños en común para ser amigos entrañables?,
aparte de la edad de 8 años, compartían momentos
felices y tristes de ambos, planeaban juntos sus
juegos, disfrutaban de su amistad con toda la energía
y fantasía de su niñez y sobretodo eran fraternos y
solidarios, por esa magia de los sentimientos sanos y
puros que solo los niños poseen.

Un día, Abel le propuso a Henrry retar a un partido de
fútbol a los niños del barrio vecino y Henrry aceptó
encantado, para eso entrenaban todos los días con
otros amiguitos mas que completaban el equipo; Henrry
era el mas entusiasta y aguerrido jugador, se les veía
emocionados esperando la fecha del partido que estaba
muy cerca.

Pero como no todo puede ser felicidad, un día Henrry
no vino al entrenamiento y muy extrañado Abel, salió
en busca de su amiguito, cuando llegó a la casa de
Henrry, lo encontró muy triste, estaba llorando porque
el único par de zapatillas que él tenía, desapareció
del patio de su casa que no tiene muralla, pues él las
había lavado y las tenía expuestas al sol, y cuando se
percató, ya no estaban en el lugar que las dejó;
contándole todo esto a su amigo Abel, le dijo muy
tristemente: «ahora ya no podré jugar, ahora ya no
tengo zapatillas, seguro me las robaron»; entonces
Abel contestó: «No te preocupes Henrry, vamos a ir a
mi casa y allí tengo varias zapatillas, verás como una
de ellas te quedará»; y estando de acuerdo salieron
corriendo a buscar las zapatillas. Pero que triste se
puso Abel, al llegar a casa, no había ninguna de las
zapatillas que él pensaba regalar a su amiguito, y
preguntó a su madre sobre las zapatillas que estaban
guardadas en la caja de zapatos, pero su mami le dijo:
«hijito, tuve que regalar esas zapatillas, porque me
ocupaban mucho espacio». Entonces Abel se encontraba
mucho mas triste aún, sin saber que hacer, entonces lo
único que se le ocurrió es tomar las zapatillas nuevas
que le habían comprado hace poco, y aún no las había
estrenado, pero en fin, se dijo, que se va hacer; y
con su caja en mano salió a la puerta de su casa donde
Henrry lo esperaba pacientemente, y le entregó las
zapatillas nuevas, le dijo te las regalo, en ese
momento la emoción embargó tanto a Henrry que casi
llora, Abel tenía desde pequeño ese desprendimiento,
una generosidad sin igual, y esa inocencia que solo
caracterizan a los niños. Henrry se encontraba tan,
pero tan feliz que su corazón palpitaba de alegría y
agradecimiento, tan veloz como sus pies al correr.

Llegó el día del partido, temprano se alistaron y
salieron a la cancha, como es natural, los padres de
ambos equipos salieron a alentar a sus hijos,
pero…pero, oh sorpresa para la mamá de Abel, se
preguntaba entre sí la señora: «¿serán que esas
zapatillas son parecidas a las que compramos a Abel?,
o son esas zapatillas?», estaba extrañada, confundida;
y bueno al terminar el partido que por cierto
perdieron, pero contentos con el hecho de haber
participado; la mamá de Abel se acercó a Henrry y le
dijo: «Henrry que bonitas zapatillas, mi hijo tiene
una iguales», y el niño le respondió: «Abel me las
regaló señora», y se fue a reunir con sus compañeros.
El rostro de la mujer se fue tornando en varias
tonalidades, rojo, morado, blanco, y por último solo
atinó a sonreír e irse para su casa.

Se imaginan la reprimenda que le esperaba a Abel en
casa?, si fue terrible, la madre de Abel se puso a
pensar en todo el costo que había importando esas
zapatillas, se decía a sí misma: «esas zapatillas eran
importadas, costaron en dólares, el modelo único;
ahora si, ahora si, Abel me va a tener que explicar..»
Y diciendo estas cosas, esperaba a su hijo; cuando
éste llegó, aparte de la golpiza, recibió el castigo
de no volver a salir a jugar fútbol; y por mas que
Abel daba explicaciones éstas no eran escuchadas.

Pasaron los años, Abel y Henrry se hicieron hombres,
cada cual por su lado, en este laberinto de la vida se
perdieron por mucho, pero mucho tiempo.

Abel que se había convertido en padre y tenía cuatro
niños, pero lamentablemente la profesión que había
escogido no le daba muchas ganancias; pero en fin, se
las arreglaba; un día que sería inolvidable para él,
entró a una mega tienda de calzados y compró a sus
hijos cuatro pares de zapatillas y aunque él también
quería comprarse unas, no podía, pues el dinero no le
alcanzaba, pero preguntó por curiosidad en voz alta a
las personas que atendían en el mostrador: «¿cuánto
valen estas zapatillas?», y alguien le contestó detrás
suyo: «nada», ¿nada? replicó dándose la vuelta al
mismo tiempo, encontrándose cara a cara con ese amigo
inolvidable, a quien un día le regaló sus zapatillas
nuevas, ¡era Henrry!, el dueño de la Tienda, y le
dijo, Gracias Abel por haberme enseñado el valor de la
solidaridad, el valor de la amistad; ahora me toca a
mí regalarte estas zapatillas y las de tus hijos; los
dos hombres se abrazaron y a pesar de los años
quisieron llorar como niños, entendieron que TODOS
PODEMOS SER SOLIDARIOS Y QUE EN ESTA VIDA, ASI COMO DA
VUELTAS, HAY TIEMPO PARA RECIBIR LA RECOMPENSA A

NUESTROS ACTOS.
De  Elizabeth Rubi Gonzales Galvan.